José Agustín Ortiz Pinchetti
La jornada
Vicente Fox impidió la alternancia y deja un escenario de confrontación. Desde su óptica y la de la oligarquía que lo sustenta, esto no es malo, sino bueno. El 20 de noviembre, Andrés Manuel López Obrador protestó como "presidente legítimo" ante cientos de miles de entusiastas. Este acto representa el éxito de la resistencia. A pesar de la más costosa campaña negativa organizada desde los círculos del poder en un plan maestro, cumplida por casi todos los medios electrónicos y reforzada con una propaganda a favor de Fox que costará al erario 10 mil millones de pesos, la fuerza que encabeza Andrés Manuel sobrevive.
El viernes Felipe Calderón intentará inaugurar su gobierno. Será un episodio accidentado, contará con el apoyo de las mafias sindicales, la alta burocracia y los consorcios, ¿podrá confiar en salir adelante? Ha apostado a que el poder simbólico de su investidura y algunos golpes espectaculares podrían ayudarlo. Calcula que la oposición de centro izquierda está condenada a marginarse y que el Frente Amplio Progresista se va a dividir y jubilar a AMLO. Nadie cree en la sinceridad de sus llamados al diálogo. Hasta hoy no se ha tomado una sola iniciativa para liberalizar su postura. Su gabinete no tiene a un solo progresista, parece decidido a incluir como su principal operador político a un ex gobernador represivo, acusado por la violación sistemática de los derechos humanos. Es evidente que cree que no necesita llegar a acuerdos con nadie para poder funcionar, ni siquiera con el PRI.
Sin embargo, a nadie escapan las debilidades y los riesgos de su proyecto, continuación del que tiene más de 20 años de malos resultados. El país no podrá crecer con las mismas políticas económicas. No hay razón alguna para que decrezcan las tensiones sociales: la concentración del ingreso ha llegado a extremos monstruosos. Nadie duda que los problemas de Oaxaca expresan un malestar profundo y generalizado. Aumentará la emigración a Estados Unidos y será más difícil detenerla. Las redes del narcotráfico están operando con ferocidad en todo el país. No es improbable que contaminen con su violencia a la política.
Lo peor: el quiebre del proyecto democrático, válvula de escape de una sociedad conflictuada. Hoy está creciendo en 44 puntos el porcentaje de población que cree que hubo fraude electoral. El IFE ha perdido 20 puntos de aceptación. Una décima parte de la población no sólo no cree en las elecciones, sino está dispuesta a la insurrección. El camino democrático se canceló cuando Calderón se negó al recuento de votos y el tribunal electoral bloqueó el examen de las irregularidades en los comicios.
La única nota optimista es la existencia de la oposición encabezada por AMLO. Su movimiento ha sobrevivido a pesar de las calumnias y el cerco mediático. Sus adherentes están demostrando valor y disciplina excepcionales. Tras cinco meses de conflicto poselectoral, estas multitudes no han roto un vidrio y siguen dando muestras de vigor. Como reconocen ya muchos analistas, el "gobierno legítimo" es un factor estabilizador y el único capaz de reabrir el cauce a la democracia.