martes, mayo 15, 2012

LA ULTIMA ENTREVISTA DE CARLOS FUENTES


En su última entrevista concedida a el Periódico El País, el escritor mexicano, Carlos Fuentes, aseguró no tener “ningún miedo literario”, afirmó que al término de su obra “Federico en su balcón”, ya tenía en mente “El baile del centenario”.

"Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente. Ahora he terminado un libro, Federico en su balcón, pero ya tengo uno nuevo, El baile del centenario, que empiezo a escribirlo el lunes en México".

A continuación te presentamos la entrevista completa:

Pregunta. ¿Sin horror al vacío de la página en blanco?

Respuesta. Miedos literarios no tengo ninguno. Siempre he sabido muy bien lo que quiero hacer y me levanto y lo hago. Me levanto por la mañana y a las siete y ocho estoy escribiendo. Ya tengo mis notas y ya empiezo. Así que entre mis libros, mi mujer, mis amigos y mis amores, ya tengo bastantes razones para seguir viviendo.

P. ¿No cree que a veces al cumplir años uno no se hace más sabio sino más torpe a medida que se afianza en sus viejas convicciones?

R. Depende de quién. Yo soy muy amigo de Jean Daniel, el director del Nouvel Observateur. Es un hombre que acaba de cumplir 91 años y es más lúcido que usted y yo juntos. Nadine Gordimer tiene noventa y tantos. Luise Rainer, la actriz, a quien veo mucho en Londres, tiene 102 años. Y va conmigo a cenas, se pone un gorrito y va feliz de la vida. No hay reglas. El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada.

Las calles de Buenos Aires le hacen recordar a Carlos Fuentes su adolescencia entre risas, como si acabara de sucederle ayer, inmune a las trampas de la nostalgia.

R. Viví mucho Buenos Aires porque mi padre llegó como consejero de la embajada de México en 1943. Como el ministro de educación era Hugo Wast, en la escuela se daba una educación fascista. Y le dije a mi padre: “Mira, yo vengo de la escuela pública de Washington, no soporto esto”. Y mi padre me dijo: “Tienes toda la razón, tienes 15 años, dedícate a pasear”. Y eso hice. Durante un año me convertí en hincha de la orquesta de Aníbal Troilo. Lo seguí por todos lados. La librería Ateneo me alimentó con literatura argentina, me enamoré de una vecina que me doblaba la edad. Yo tenía 15 años, ella 30. Y siempre que regreso tengo la sensación de que rejuvenezco, de que vuelvo a tener 15 años y dónde está la francesita de enfrente, ¿no?

P. ¿Fue correspondido?

R. Mmmuy correspondido porque el marido estaba dirigiendo películas el día entero.

P. ¿Cómo nota ahora la ciudad?

R. Ha cambiado muy poco, es una ciudad idéntica a sí misma. Era una ciudad que se hizo en el gran auge ganadero y agrícola, desde [Domingo F. ] Sarmiento (1811-1888) hasta 1940. Pero están las mismas grandes avenidas, los mismos grandes hoteles... México es una ciudad más antigua, una ciudad india primero y después una gran ciudad de la colonia. Pero esto era una aldea en 1820 y dio un gran salto y se convirtió en Buenos Aires, que era la ciudad más atractiva, más moderna de América Latina. En esos años los argentinos despreciaban mucho al resto de América Latina: los brasileños eran macacos, los mexicanos éramos pistoleros. Y ahora ya somos iguales todos.

P. ¿Bailaba tangos?

R. Lo bailo muy bien. Tuvimos una cena en Montevideo que le dio el presidente [Julio María] Sanguinetti al presidente [Ernesto] Zedillo. Sanguinetti baila el tango estupendamente. Bailó con su mujer… ¡guau, aplausos!… Y le dijo a Zedillo: “Ahora, usted”. Y el presidente me dijo: “Carlos, tú represéntame”. Y yo bailé con mi mujer. Representé a México gracias al tango.

P. Un escritor que recibe trato casi de jefe de Estado, ¿cómo se las arregla para escuchar?

R. Un escritor tiene que escuchar porque si no, no se sabe cómo habla la gente. Anoche, por ejemplo, pasé dos horas o tres firmando libros en la feria. Pero, sobre todo, para oír a la gente, para ver qué piensa. Y, más que nada, yo les pregunto a ellos.



Fuentes está leyendo dos libros. Uno es Mañana o Pasado, de su compatriota Jorge Castañeda sobre la actualidad mexicana – “un libro muy inteligente, con el que estoy de acuerdo a veces sí y a veces no, pero es una mirada muy inteligente”-- y el otro es Los Living, de Martín Caparrós. “Muy buen libro de muy buen escritor”. También le encantó Libertad, de Jonathan Franzen: “Rompe con los moldes y restricciones de la novela americana. Él mete todo, periodismo, política, deportes… todo va entrando de una manera natural para dar un mundo completo de esta gente tan decente y simpática que son unos monstruos, pero que están rodeados de un mundo de cultura verdadero”.

Cuando publicó en España su ensayo La gran novela latinoamericana indicó que al chileno Roberto Bolaño no aparecía en el libro porque no lo había leído y no le gustaba opinar de lo que no conoce. Esperaba leerlo cuando encontrase más tranquilidad. Pero aún no debido encontrarla. Se declara desbordado por la cantidad de libros y escritores que salen cada año en Latinoamérica.



P. ¿De qué tratan su último libro y el que va a comenzar ahora?

R. En la que he terminado, Federico en su balcón, Nietzsche aparece resucitado en un balcón a las cinco de la mañana y yo inicio con él una conversación. Y la que voy a empezar, El Baile del Centenario, termina una trilogía de la Edad Romántica, que cubre desde la celebración del centenario de la independencia en septiembre de 1910, que lo organiza Porfirio Díaz, y la celebración del fin del centenario en 1920, que la organiza Álvaro Obregón con José Vasconcelos, de manera que cubre diez años de la vida de México. Tengo ya muchos capítulos, notas y personajes. Hay una mujer que me interesa mucho, que no quiere decir nada de su pasado y se va descubriendo poco a poco, hasta que llega al mar y se libera.

P. ¿Le atrae algo en particular de este principio de siglo?

R. Me fascinan los cambios que estamos viviendo. ¿Quién iba a decirle a usted que los cambios iban a empezar en el norte de África? Y de ahí se ha extendido a buena parte de Europa y a los Estados Unidos, donde muchos de mis estudiantes me dicen: “Yo soy doctor y no encuentro trabajo”. O… “Mi padre ascendió a la clase media y yo siento que estoy bajando a la clase trabajadora”. En América Latina también hay cambios muy grandes, aunque se ha mantenido cierta estabilidad. Antes los problemas empezaban en América Latina. Ahora parece que van a llegar a América Latina. Y es un mundo que no sabemos nombrar. Si uno le dice a Dante, ¿qué se siente estando en plena Edad Media?, él nos diría: “¿Y qué es la Edad Media?” No podemos nombrar esta época pero sentimos que todo está cambiando. El Renacimiento sabía que era el Renacimiento, la Edad Media no sabía que era la Edad Media.

P. ¿Qué tal se maneja con Internet y las redes sociales?

R. Yo me quedé en el fax; escribo a mano en una página en blanco con pluma, corrijo en la página de enfrente. Es mi esposa la que me informa de las novedades. Antes decía voy a la Enciclopedia Británica a busca y ahora mi esposa me dice, no, le da a una tecla y aquí está.

P. ¿Considera que en las últimas décadas se ha producido una especie de revolución silenciosa por parte de las mujeres?

R. Ha sido clamorosa, no silenciosa. Pero no es un problema que empezó hoy. La suya es una victoria de la humanidad, no solo de las mujeres.

P. ¿Qué opina de la expropiación del 51% de las acciones de Repsol en YPF?

R. En México nacionalizamos el petróleo en 1938. Hay actos que está dentro de las facultades de cada Gobierno y después están las consecuencias de esos actos. Y eso es lo que todavía no sabemos. Vamos a ver qué consecuencias tiene este acto. Los problemas internos de la Argentina, que son muchos, son resueltos a veces con un golpe de prestidigitación que acarrea el apoyo de toda la sociedad. Aquí hasta Menem se ha manifestado a favor de esta medida. Y se olvidan un poco de algunos errores, que ya vendrán otros.

domingo, mayo 13, 2012

El secreto de Elena


Elena Poniatowska cumplirá 80 años el próximo 19 de mayo
http://www.elnorte.com/libre/online07/imggc/elnorte/pix.gif
Silvia Cherem S.
http://www.elnorte.com/libre/online07/imggc/elnorte/pix.gif
Monterrey,  México (13 mayo 2012).- Elena Poniatowska, Elenita (París, 1932), la princesa despistada que durante décadas ha dibujado con preguntas que sacan chispas la intimidad de los grandes personajes mexicanos del siglo 20, cuando tiene que aludir a los aspectos interiores de sí misma, a las heridas que sangran, opta por el silencio. Se queda sin palabras desdeñando ser mujer de letras. Enmudece.

De su boca nadie conoce a fondo la penitencia que ha cargado durante una vida, misma que la condena a ser Santa Elena de Atocha. La devota que dispensa caridad. La mujer piadosa que da a manos llenas a los desposeídos, que responde a quien toque a su puerta: la Casa de Paula, en Chimalistac. Tocan sacerdotes que buscan "confesarse" con ella.
 

Tocan pobres con necesidades. Toca una mujer humilde con su niña, se quedó sin hogar. Toca López Obrador pidiéndole apoyo. En esa casa con fama de milagrera, se resuelve cualquier problema. Los contratiempos de todos, menos los de Elena.
 

Cumplirá 80 años el próximo 19 de mayo y es momento de ponderar éxitos y fracasos, de ventilar obsesiones y dolencias.

"Soy negada para eso, difícilmente sé cuánto traigo en la bolsa, soy mala para las cuentas y, aunque siempre me eligen de tesorera porque no robo, yo no sirvo para hacer balances".

Camina con el peso de muchas voces, pero, para evitar ventilar los dobleces de su vida, busca conducir la plática a los sitios comunes de siempre, a la leyenda que la esquematiza como mujer-niña, güerita con suerte. Se refugia en el personaje de cuento de hadas con altas dosis de deslegitimación que ella contribuyó a crear y que otros alimentan.

Cree ser "una pinche periodista" como la calificó su tía Pita Amor, tía incendiaria que recitaba a San Juan de la Cruz enseñando los pechos.
 

La misma que al ver que Octavio Paz acogía a la joven debutante, le dedicó una insultante copla: "No te compares con tu tía de sangre. No te compares con tu tía de fuego. No te atrevas a aparecerte junto a mis vientos huracanados, mis tempestades, mis ríos. ¡Yo soy el sol, muchachita, apenas te aproximes te carbonizarán mis rayos!".
 

"A mí, como a muchos de los Amor, también se me cruzan los cables entre la lucidez y la demencia. Tengo mucha tendencia a ningunearme y al masoquismo. Es mi defecto de fábrica, me hundo fácil. Muchos no lo creen porque sonrío, pero los demonios están ahí. Su peso no disminuye, se recrudece con los años".
 

Nuestra cita era el 27 de abril, para ella día de suerte: el 7 es su número porque su primogénito nació el 7 del 07.
 

Su agenda estaba saturada, tenía hasta dos eventos diarios para apoyar la candidatura de AMLO. En su devoción al candidato, en su necesidad de cumplirle, no la detiene ni la edad ni el trabajo que se apila sobre su escritorio.

Cuenta que desde que se inició en el periodismo en 1954 ya tenía preocupación por las desigualdades sociales, tanta que su esposo, el reconocido astrónomo Guillermo Haro, se burlaba.
 

"Si tanto te preocupa la suerte de María, dile que baje de su cuarto, que se venga a dormir aquí conmigo y tú súbete al suyo".

Esa mañana de la entrevista, Shadow, el labrador negro de su hijo Felipe, intentó evadir la reja del parque de Chimalistac y se quedó ensartado.

"Hoy no es mi día, eso del perro me idiotizó mucho".

Elena estaba preocupada, había que recoger a Shadow, le cosieron media panza. A cada rato, durante varias horas, se distraía para pedir a Martina, la indígena que trabaja en su casa, y a Conrado, el chofer, instalados en nuestra conversación, que preguntaran por el perro.

Cuando se fueron por Shadow a la veterinaria, y nos quedamos solas en compañía de los gatos: Monsi y Vais, logramos pelar las hirientes capas de la cebolla.
 

"No sé de dónde proviene la culpa", comenzó.

Hace mil años fue a un psicoanálisis grupal con el doctor Jaime Cardeña.
 

Al cabo de un tiempo le preguntó qué opinaba del trabajo. Elena respondió: "Usted a todos los hombres les dice que tienen que cortar el cordón umbilical, y a todas las mujeres, que somos frígidas". Al médico no le pareció la respuesta y Elena no volvió. En 1985, después del terremoto, fue con la doctora Celia Hernández.

"Estaba yo de la patada, pasé demasiados días reporteando en la calle y me quedé llorando como muñeca fea. Por idiota, fui sólo a un par de sesiones; no sirvió".

Ahora va con un nuevo médico, pero sigue atrapada.

"Me exijo demasiado. Paso la vida escuchando a otros, no a mí misma... ¿Por qué será?".

La edad la orilla a sentirse sola, con pérdidas y miedo ante una realidad de agresión. Desde 2006 que ha apoyado a AMLO, la acosan y hostigan.

"Recurrentemente me hablan por teléfono a medianoche para decirme: 'puta vieja' o 'vieja puta', que es lo mismo".

Se cuestiona si hace bien en posponer la escritura viviendo dobles y triples jornadas por cumplir, por ser leal a su afinidad con la izquierda.
 

Quisiera cambiar, pero ya está subida en el barco.

"He sido muy dura conmigo misma, me he negado casi todo. Estudié en un convento de monjas y de cierto modo he seguido siendo una monja que merece castigos, más que recompensas".

Infancia es destino

Elena nació princesa en Francia, en 1932. La llamaron: Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor, largo nombre con el que cargaría lealtades invisibles de su herencia aristocrática, incluyendo el Dolores, lastimosa pena de amor que padeció también su propia madre. Para fines prácticos, fue simplemente Hélène, la primogénita del matrimonio entre Jean Evremont Poniatowski Sperry -descendiente de Stanislao Augusto Poniatowski, último rey de Polonia, amante de Catalina la Grande y obligado a abdicar en 1795- y Dolores Amor Iturbe, a quien le decían Paulette, Paula, porque Dolores y Amor no combinaban, hija de terratenientes mexicanos, propietarios de haciendas que ocupaban casi todo el estado de Morelos, fortuna que se mermó con la Revolución.

"Mi familia era como alma flotante, vivía entre neblina, como en una novela tolstoiana", le contó en 1975 a María Elena Rico, de la revista Él. Eran familias sin raíces, gente que se sentía que "no pertenecía" porque los Poniatowski salieron de Varsovia cuando la repartición de Polonia para refugiarse en Francia, y los Iturbe y los Amor huyeron a Biarritz durante la Revolución.

Sus padres se conocieron en un baile en casa de los Rotschild, en 1931. Tuvieron dos niñas: Elena y Kitzia. Todo parecía rosa. Elena recuerda cómo ponía sus manitas sobre las de su papá para interpretar a Chopin, o cómo se sentaba a escucharlo componer. Sin embargo, estalló la Segunda Guerra Mundial y todo se trastocó. Jean partió como paracaidista y capitán del ejército francés sin imaginar que a su retorno, seis años después, cuando sus niñas eran mayorcitas, sería otro.

Los abuelos Andrés y Elizabeth, su nuera Paulette y las niñas, abandonaron la inmensa casa parisina, a unos pasos de donde nació Balzac -"Volví recientemente, hoy es la embajada de Turquía, pedí permiso para ver mi inmenso jardín de infancia, aún estaba el árbol con el que de niña platicaba"-, y se refugiaron en Les Bories, en una mansión entre campos de lavanda. La mamá de Elena continuamente partía a llevar heridos en las ambulancias y las niñas, supervisadas por innumerables nodrizas y por su institutriz, Mademoiselle Garach, sentían el vacío. Elena vivió una educación severa.

"Al modo en que se vivía en estas grandes familias, siempre con intermediarios".

Comenzó así su tormento de sentirse pequeña.

"Era dócil y solitaria, obediente, con una inseguridad bárbara, demasiado chaparra de acuerdo con los estándares de mi familia. No cumplía con el mundo al que pertenecía".

Su estricto abuelo Andrés asumió ser su mentor.

"A Kitzia, que es un año menor a mí, la dejaba jugar en los jardines. Sólo a mí me imponía difíciles tareas".

El abuelo era un intelectual rodeado de celebridades, escribió "De un siglo a otro y De una idea a otra". Conoció a Debussy y a Mallarmé; fue amigo de Paul Valéry, de Sacha Guitry y del General Maxime Weygand.
 

A Elena le enseñaba a leer y escribir, e imposibles problemas matemáticos.
 

"Nadie en mi entorno sabía resolverlos, iba con los jardineros, los cocineros, los ayudantes... no dormía de la angustia de no saber. Desde ahí empieza mi complejo: no estar a la altura, no hacer bien la tarea. Ser chiquita. Fallar".

'This is Mexico'

En 1942, su mamá decidió partir a México con sus niñas de 9 y 8 años, alejarse del conflicto bélico. Pidió a los abuelos que cuando terminara la guerra, Johnny -su esposo, Jean- fuera por ellas. Elena no sabía que tenía raíces mexicanas.

La abuela Elizabeth Sperry Crocker, norteamericana descendiente de la familia de Benjamin Franklin, pegó el grito en el cielo.

"Siempre habíamos vivido juntos y no superó que nos fuéramos. Era amorosísima, la pintó Boldini, quien, como Sargent, pintó a las mujeres más bellas de la época".

Antes de la partida, la abuela intentó detenerlas. Tomó un National Geographic y les mostró las imágenes de unos negros con los pechos hasta el suelo, un hueso en la cabeza y múltiples perforaciones.

"You see children, this is Mexico".

La madre no se dejó intimidar. Tomó el trasatlántico Marqués de Comillas en Bilbao. Al llegar a La Habana, quisieron poner a las niñas en cuarentena en el deplorable campamento migratorio de Trisconia, y doña Paula no se dejó: "Así no se trata a unas princesas". Tras dos días de sol y agua bañándose en calzones en el Caribe, llegaron en un avión bimotor a Veracruz, donde las esperaba la abuela Lulú: Elena Iturbe, viuda de Pablo Amor. Las acogió en su casona de la Ciudad de México, Berlín 6, en la Colonia Juárez, donde vivía con 22 perros callejeros, todos con nombre de ópera.

"Me sorprendió mi abuelita. En Francia había dejado a una cabecita blanca de vestido largo y aquí me topé con una señora de pelo rojo con canotier de paja ladeado sobre la cabeza. Nos recibió con dos enormes muñecas: una para Kitzia, otra para mí. Fue una figura providencial, viví con ella muchos años".

Elena estudió de tercero a sexto de primaria en el Colegio Windsor, donde perfeccionó su inglés reverenciando cada mañana a la reina: "God save the Queen"; y luego, medio año de primero de secundaria en el Liceo Franco Mexicano, una escuela que le fascinó. Su hermana Kitzia se impuso, no le gustó el Liceo, y motivó a su madre a que las mandara al Convento del Sagrado Corazón de Eden Hall en Torresdale, cerca de Filadelfia, donde estaban dos de sus primas.

"Debí haberme quedado en el Liceo, tenía mucho mejor nivel y era laico, pero ¿para qué me lamento?".

Su papá llegó en 1946. Era un desconocido. "En La Flor de Lis" alude a aquel padre que dejó de ver: "antes inventado, ahora de a de veras", que se convirtió en "un hombre tímido, inseguro... que no conoce el camino, no sabe por dónde entrarle a la vida", un ser "que tiembla desde que se levanta a la vida" y por el que hay que rezar. Los ocho más altos honores con los que lo distinguieron como héroe de guerra, no servirían para restarle la desesperanza que hasta su último día abrigó.

"Fue de los primeros en liberar Auschwitz", confiesa quizá por vez primera Elena.

Es un tema doloroso, difícil, otro capítulo del que no se habla, porque, hasta su muerte en México en 1975, fue un sonámbulo sumido en la desdicha de la autodestrucción.

En el convento, Elena destacó de inmediato: se ganó la Banda Azul, la premiaron con la medalla Hija de María, cuya fama era que quien la recibía se iba derechito al cielo, y comenzó a escribir sobre temas históricos en The Current Literary Coin, la revista escolar.

"Yo todo el día me la pasaba en la capilla, quería ser monja, hermana de las que lavan los trastes y levantan las bacinicas. Ayudar, servir. Ya traía esa vocación".

Aunque no soporta ver sangre, quiso estudiar cursos de Medicina en el Manhattanville College, también de las monjas del Sagrado Corazón. Una devaluación del peso imposibilitó su partida, porque la economía familiar parecía ir en picada.

"Diego Rivera quiso pintar a mi mamá, le costaba lo mismo un retrato que un coche, y ¡mi mamá eligió el coche!".

Elena tomó un curso de Derecho Internacional en Relaciones Exteriores, pero claudicó al ver que no tendría futuro en el Servicio Diplomático por ser francesa. Hizo de actriz muda con Brígida Alexander. Trabajó un mes como recepcionista en los laboratorios Linsa de su padre. Y acabó inscrita para estudiar secretaria taquimecanógrafa a fin de aprovechar su condición trilingüe.

"Una de las cosas que más lamento es haberme quedado sin formación, no tuve carácter, ni fe en mí misma".

Periodismo, muleta para sobrevivir

Kitzia se casó con Pablo Aspe, tío de Pedro, a los 18 años, y para la familia era necesario que Elena, la primogénita, consiguiera un buen partido. Querían que fuera a Francia como debutante. Obediente, aceptó ir. Puso como condición tener un oficio, se negaba a ir simplemente a bailar con los franceses: "¿y si nadie me sacaba?".

Le pidió chamba a Eduardo Correa, tío de su amiga, editor de sociales de Excélsior. Para quitársela de encima, le sugirió que entrevistara a su sobrina. Mejor entrevistó a Francis White, el nuevo embajador de Estados Unidos. Fue su debut en el periodismo.
 

Publicada el 27 de mayo de 1953, fue la primera de 365 entrevistas en poco más de un año.
 

"Me metí al periodismo por complejo, fue talacha para superar mi inseguridad, para que no me mandaran a Francia a buscar novio. A mis papás no les fascinó. En nuestro mundo, una joven bien nacida aparecía en Le Figaro al nacer, casarse o morir. Hubieran preferido que tocara bien el piano, que cantara, que me casara bien. No obstante, fue mi mamá quien siempre pegó mis artículos en los álbumes, atesoró la memoria".

En aquel tiempo, Elena Urrutia la aconsejó: "Tus artículos estarían mejor si no los escribieras en ruso".

Le recomendó a Juan José Arreola, un maestro con el que acudían ella y María Elena del Río para aprender dicción a fin de participar en el taller de teatro que se impartía en casa de Raúl y Carito Fournier, tíos de Elena. Le dijo Urrutia que sólo le llevara de vez en cuando una botella de vino tinto, unas galletitas y un queso francés, y que Arreola le enseñaría a escribir en buen español.

Elena le llevó sus artículos. El escritor jalisciense le anticipó que el periodismo no le interesaba: "Estoy muy por arriba de eso. Si tiene otra cosa, tráigamela y vemos". Le compartió "Lilus Kikus", el relato autobiográfico de una niña con uñas de sol que vive en un convento, con el que Arreola reanudó en 1955 la colección Los Presentes, a fin de dar a conocer obras de jóvenes creadores mexicanos. Se hicieron 500 ejemplares que Elena regaló entre la familia. Las portadas eran honguitos que Arreola copió del Larousse y que Elena pintó con acuarelas.

Elena, ¿te puedo hacer una pregunta difícil?
 

Pregunta lo que quieras, ya me has preguntado mucho.

Cargas con un lastre que no te perdonas, con una penitencia... Intuyo que tiene que ver con el nacimiento de tu hijo Mane en aquella época. ¿Es hijo de Arreola?

Sí, es el padre biológico de mi hijo mayor.
 

El escritor, 14 años mayor que ella, en aquel momento ya casado y padre de dos hijos que vivían en Guadalajara, apenas probaba suerte con "Confabulario", publicado en 1952. Había vivido en París durante un año, pero su situación económica era deplorable y sobrevivía como podía, vendiendo zapatos o estufas. Era un histrión, un hombre con labia.

¿Te prometió las estrellas?

No, nada. Él provenía de un mundo totalmente distinto al mío, yo era una niña idiota recién salida del convento. Me decía que era yo un pavo real que había ido a pavonearse a un gallinero. Lo seguí viendo durante algunos meses porque me halagaba su dependencia, decía: "Si Elena me acompaña al Centro Mexicano de Escritores, yo sí voy a dar tal conferencia". Lo llevaba y lo traía, me deslumbró ese mundo al que entraba por vez primera y me di cuenta tarde que fui su bastón. Aunque Arreola es lo peor que me ha sucedido en la vida, Mane, mi hijo, es la mayor dicha de mi vida...

Para Elena, que provenía de un mundo cristiano y conservador, fueron épocas duras de trabajo, valentía, estigmas y una buena dosis de culpa.

"Lo crié en una época en que había un gran rechazo social para una madre soltera, trabajé para mantenerlo y tenerlo conmigo. Mane es lo más importante que me ha sucedido. El periodismo fue mi muleta para salir adelante".
 


En "El último juglar", la biografía de Arreola recogida por su hijo Orso, señala que, en la década de 1950, entraron a su vida tres Elenas: María Elena del Río, Elena Urrutia y Elena Poniatowska. Ésa es la única clave que brinda con respecto a Elena Poniatowska y al hijo fuera del matrimonio que tuvo con ella.