sábado, septiembre 20, 2008

Yo no sr. Calderon..... Yo no

Atendiendo a la pequeña parte que me corresponde del llamado a la unidad hecho por Felipe Calderón para todos y cada uno de los mexicanos el pasado 16 de septiembre, tras los atentados explosivos en el centro de nuestra ciudad, me permito alzar la palabra desde esta tribuna para declinar la invitación, expresando algunas de las razones que me llevan a ello.

No acudiré a su demanda, señor presidente. Yo no.

Porque en mi colonia hay una vecina que vende ropa usada, y desde hace meses tiene que pagar una cuota más elevada a sus proveedores de mercancía; proveedores nuevos, más exigentes, distintos, que monopolizan el mercado, a los que no se les puede decir no y cuyo nombre parece prohibido pronunciar.

Porque una alumna tiene un amigo, vendedor de cine de arte pirata en el Auditorio (ese monstruoso tianguis donde cada domingo, a espaldas del turismo, hace latir Morelia el corazón de sus verdaderos rostros), que cierto día y sin previo aviso se puso a rematar a diez pesos todas sus existencias, debido a que la concesión de puestos había pasado a ser prebenda de nuevos responsables, señores del quién vende, qué vende y a cuánto asciende la cuota a cubrir por vender. Responsables a los que resulta impensable contradecir si algún aprecio se le tiene a la propia vida.

Porque un antiguo conocido de mi madre, de visita por la capital michoacana hace un par de octubres, le confió que en algunas de las selectas fiestas privadas que coronan el glamour de la noche durante el Festival de Cine, sólo unas cuantas charolas van colmadas de copas de licor.

Porque mis alumnos bachilleres saben que, en caso de que mañana desapareciera la tiendita que a la vuelta de la escuela les oferta metanfetaminas, pasado mañana aparecería otra igual de próxima para sustituirla. Porque se ha vuelto común pagar por protección que no solicitaste. Porque en mi colonia (una de esas nuevas colonias de desecho con las que usted y los de su especie se jactan de volvernos propietarios, y en cuyos interiores el amor debe hacerse en silencio para no despertar a los niños de la casa de junto) hay padres de familia que graban con su celular los pleitos a golpes de sus hijas adolescentes contra compañeras de la secundaria.

Porque no hay habitante de Morelia que no posea al menos un par de anécdotas inmediatas como estas. Porque ello demuestra que el crimen organizado y sus devastadoras secuelas (económicas, sociales y culturales) no son una distante anomalía en cuyo camino los mexicanos de bien pueden tener la mala suerte de atravesarse, sino una cotidiana realidad más que palpable. Porque los sucesos del pasado 15 de septiembre no constituyen ninguna excepción, sino apenas un grotesco, indisimulable punto culminante de lo que aquí hace mucho se convirtió en norma.

Porque ante tales circunstancias, yo, como cualquier ciudadano que no habite Morelia con los ojos cerrados, sé que morir hecho pedazos por una granada también cabe mirarse como una variante piadosa de la atrocidad, pues al menos es breve.

Porque yo, al igual que todos los michoacanos, al igual que todos los mexicanos, me enfrento cotidianamente a la evidencia de que esa guerra que usted dice que le está ganando al crimen organizado, en realidad la está perdiendo. Y sé que si la está perdiendo hasta el punto en que la está perdiendo, sólo puede deberse a dos razones: a que no le interesa ganarla, o a que ganarla significa para usted y para mí dos cosas radicalmente distintas, si no es que definitivamente opuestas.

Porque el hecho de que afecte usted ante cámaras y micrófonos tanta acongojada indignación, tanta severidad consternada, de ninguna manera le impide aprovechar cada nuevo episodio de devastación e infamia para seguir reduciendo, con calculado esmero, la ya de por sí estrecha frontera que su discurso estableció desde el primer momento entre criminalidad y disidencia. Porque sin pudor alguno hace de la desesperación y el miedo instrumentos para caracterizar como delincuente a cuanto ciudadano se atreva a reivindicar su inalienable derecho a la justicia.

Porque la indignación y la rabia no nublan mi juicio hasta el punto de no entender lo que significa que el crimen organizado se haya atrevido a perpetrar un operativo terrorista en la ciudad donde usted nació, a pocas horas de que presidiera el desfile militar donde sería desplegado en privilegiada pasarela mediática el más significativo muestrario de la infraestructura destinada a combatirlo. Porque el hecho en sí mismo, más las secuelas que le han acompañado (La Familia demandando desagravio para el pueblo michoacano y comprometiéndose a proporcionárselo), evidencian la magnitud del poder real que en este momento detentan sus adversarios, a despecho de la hueca estrategia publicitaria que se empecina en presentárnoslos arrinconados, debilitados, socavados y a punto del definitivo derrumbe.

Porque la colombianización de nuestro país no fue nunca la hipótesis de un destino probable, sino el único escenario que el torpe proceder desde el inicio de su gestión podían precipitar. Porque no hacía falta ser politólogo para entender que si el enfrentamiento de primera línea entre el narco y la institucionalidad policiaca terminó por corromper de modo devastador e irreversible a tal institucionalidad (como cotidianamente comprobamos, por más que muden de nombre agencias y corporaciones), y por otorgarle a las organizaciones delictivas una afinada configuración parapolicíaca, la llana militarización del combate al narcotráfico terminaría tanto por minar la relativa impenetrabilidad de las fuerzas armadas en materia de infiltración y corrupción, como por ajustar la infraestructura organizativa, material y humana del crimen organizado en función de sus nuevos oponentes.

Porque la bravucona, monocorde entonación de sus mensajes, en los que demuestra no disponer de otro plan que el incremento de las mismas ineficaces medidas aplicadas hasta ahora, enmascara algo infinitamente más terrible que candidez o impotencia. Enmascara la decisión (suya y del proyecto de país que encabeza) de beneficiarse hasta donde sea posible con el actual estado de cosas, para seguir agudizando el inexorable adelgazamiento de las garantías políticas del ciudadano común, en vicaria invocación de su propio bien; enmascara la brutal imposición del franco autoritarismo, utilizando como coartada el combate contra la inseguridad. Y porque puestos en semejante contexto, siempre quedó perfectamente claro lo que para nosotros iba a significar su aseveración de que iba a usted a perseverar en el camino trazado sin importar las vidas humanas que costara.

Porque un análisis riguroso de nuestra clase política, nuestra institucionalidad y nuestra legalidad empresarial, revelaría hasta qué punto la élite de buenos mexicanos con los que usted me llama a ponerme hombro con hombro, deben su posición a la connivencia, el disimulo, la complicidad o la franca y abierta participación con las 'fuerzas del mal'.

Porque mirarlo en sus giras al lado de los gobernadores de Puebla y de Oaxaca, independientemente del acatamiento a las convenciones del hacer político y de la vida republicana, me hacen entender que usted está dispuesto, como mínimo, a otorgarles el beneficio de una duda que ningún ciudadano con elemental sentido de la vergüenza puede consentirse. Y porque, sobre esa base, puedo imaginarme hasta dónde pueden llegar en materia de ilegalidad, barbarie, corrupción y delito, de acuerdo a los intereses creados del caso, tanto el beneficio de sus dudas como los costos de su obcecación.

Porque en manos suyas, palabras como Nación, República, Soberanía, Independencia, Democracia y Estado de Derecho dejan de ser términos con significación precisa, valor propio y fin en sí mismos, para convertirse en mero aderezo retórico, al servicio de una tendencia que, erigiendo el beneficio particular de unos cuantos como supremo rasero del sentido público, lo que hace es atentar por principio contra ellos.

Porque hoy por hoy, la institucionalidad en torno a la cual nos invita usted a agruparnos para hacer frente común, de ninguna manera representa los intereses ni del pueblo ni de la nación mexicanos.

Porque los argumentos que utilizara usted en su discurso del pasado miércoles (privilegio de intereses particulares o de grupo por encima del supremo interés de la Nación), para tipificar en confusa y tendenciosa urdimbre como traidores a la patria tanto a los miembros del crimen organizado como a cuantos en materia económica, social y política no piensan como usted, le vienen a la medida apenas se desentraña su cotidiano proceder como titular del ejecutivo federal, sus labores proselitistas para ofrecer al mejor postor los bienes y recursos del país, su empecinamiento por sacar adelante unas reformas estructurales encaminadas a canjear las garantías y conquistas del pueblo trabajador por oportunidades otorgadas a modo de dádiva por un orden empresarial voraz e inescrupuloso.

Porque usted quiere hacernos creer que la lucha debe ser contra el crimen organizado, y yo sé que la lucha es contra un México del que el crimen organizado y usted mismo no son sino facetas parciales.

Porque la ideología, en tanto definición reflexiva y crítica de nuestro ser en el mundo, no puede despacharse como una prescindible camiseta que uno se quita o se pone de acuerdo con esta o aquella coyuntura, sino que constituye la medida justa de las realidades posibles con que estamos dispuestos a comprometernos. Porque la política, en tanto construcción soberana de los lineamientos generales de nuestro espacio público, no refiere a ningún medio discrecional encaminado a la obtención de determinados beneficios particulares, sino a la acción que define y valida nuestra posición ante la historia.

Porque, dicho y precisado lo anterior, entro íntegramente en el grupo, tan censurable según sus palabras, de los que por razones ideológicas y políticas no están dispuestos a sumarse a esa lucha de usted y de quienes, compartiendo su envilecido horizonte ideológico y su mezquina concepción del hacer político, junto a usted luchan.

Porque cuando sus discursos pretenden reducir el crimen organizado a mero síntoma, no lo hacen por inocencia, ni por ignorancia ni por equivocación. Lo hacen porque forma usted parte de la misma enfermedad.

Por eso alzo la voz. Y desde esta tribuna manifiesto:

Yo no, señor presidente.

Yo no, señor gobernador.

Yo no, señor presidente municipal

Yo no, señores diputados.

Yo no, señores funcionarios.

Yo no, señores de los partidos políticos.

Yo no, señores del Consejo Coordinador Empresarial, de la Coparmex y de la Canacintra.

Yo no, señores de la Conferencia del Episcopado Mexicano.

Yo no, señores intelectuales.

Yo no, señores dueños de los monopolios informativos estatales y nacionales.

Yo no, a todos aquellos que junto a los arriba mencionados decidan firmar.

Conmigo no cuenten.

Atte.

C. Sergio J. Monreal

*Leído la noche del 19 de septiembre en la Escuela de Letras

de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo,

durante la presentación del libro 'Las raíces del aire'

viernes, septiembre 19, 2008

Erase un 19 de Septiembre....

Navegaciones

Pedro Miguel

Pensaron que era un hombre influyente y acaudalado y lo apresaron un 26 de septiembre, junto con su hermano Rodrigo, con la idea de obtener un rescate jugoso. Permaneció secuestrado casi cinco años, y en ese lapso hizo trabajos de esclavo y emprendió cuatro intentos de fuga, todos fallidos, al final de los cuales sus carceleros le redoblaban los castigos corporales. A los dos años de su captura, su madre, que no era rica, logró reunir una cantidad que resultó insuficiente para comprar la libertad de ambos, y él se sacrificó para que soltaran a su hermano. Aunque no cejó en la inventiva de nuevos planes de escapatoria, acabó siendo liberado tras el pago de una suma, el 19 de septiembre de 1580. Se llamaba Miguel de Cervantes y no logró acumular riquezas, pero influencia sí que ha tenido alguna.

Los hermanos Joseph-Michel y Jacques-Étienne eran hijos de un molinero de papel. En su infancia jugaban con los productos de su padre y quiere la leyenda que en una de esas descubrieron que las bolsas de ese material, colocadas sobre el fogón de la cocina, tendían a elevarse. Otra versión dice que, ya adulto y convertido en abogado, Joseph lanza un papel a la chimenea y observa cómo es aspirado hacia arriba por el tiro. Busca a su hermano, que continúa con el negocio de la papelería, se reúnen en Annonay y realizan un experimento: colocan una bolsa de un metro cúbico boca abajo, queman lana y paja mojada en su abertura y logran que el traste se eleve una treintena de metros. Animados por el éxito, emprenden una rigurosa serie de pruebas y un año más tarde, el 19 de septiembre de 1783, realizan en Versalles, en presencia del último monarca Capeto, la demostración definitiva: una esfera de tela de algodón encolada, con una capacidad de mil metros cúbicos y 450 kilos de peso, se lleva al cielo a un borrego, un pato y un gallo (fueron los primeros aeronautas del mundo), los eleva a 500 metros de altura y los lleva, en un vuelo que dura ocho minutos, a 3 kilómetros y medio del sitio de despegue. Los bichos descienden sanos y salvos, aunque un tanto asustados, de la canastilla que hace las veces de cabina.

Durante las guerras de independencia en América, El Callao tuvo una importancia crucial como baluarte estratégico y cambió de manos en varias ocasiones. La primera vez que cayó en poder de los insurgentes fue el 19 de septiembre de 1821, cuando las tropas al mando del general José de San Martín tomó el castillo del Real Felipe. Dos años después, Bolívar llegó a la ciudad para consumar la independencia peruana, pero en 1824 el brigadier español José Ramón Rodil se negó a reconocer la capitulación de Ayacucho y se encerró en la fortaleza con varios cientos de hombres. Resistió hasta principios de 1826 y su destacamento sufrió más por el escorbuto que por los ataques de los patriotas. Cuarenta años más tarde, el castillo volvió a ser atacado por una expedición colonialista enviada desde Madrid. La flota de guerra, de siete embarcaciones y un total de 252 cañones, bombardeó El Callao en forma cruel, con el pretexto de cobrar la multa estúpida que la corona española había pretendido imponer a Perú por declararse independiente. Hasta la fecha los gobernantes y los empresarios españoles mantienen la pretensión de restablecer su dominio colonial en los países de América Latina.

A mediados de 1915 la ciudad de México estaba en el corazón del huracán bélico y compartía la zozobra política generalizada que se cernía sobre el país: el usurpador Huerta había sido expulsado del poder el año anterior y existían dos gobiernos –el de Carranza, en Veracruz, y el de la Convención–, la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur habían entrado a la capital en diciembre de 1914, Zapata ordenaba atacar al enemigo en Chapultepec y Tacubaya, sus tropas dominaban Morelos, Puebla, Cuajimalpa y El Ajusco y las de Villa se habían hecho fuertes en El Bajío. Pero en el curso del verano, mientras Porfirio Díaz estiraba la pata en su lejano exilio parisino, la correlación de fuerzas cambió y a mediados de agosto las fuerzas de Obregón entraron a la ciudad y pusieron al arzobispo a barrer las calles. El 19 de septiembre con el desmadre revolucionario como telón de fondo, les nació el segundo de nueve hijos al matrimonio formado por Rafael Gómez Valdés Angelín, agente de aduanas, y Guadalupe Castillo, ama de casa. El pequeño fue bautizado Germán Genaro Cipriano, desde edad muy temprana fue travieso, inquieto y bromista, y gracias al trabajo de su padre conoció regiones de la República contrastadas y distantes: hizo la primaria en el DF, pasó dos años en Veracruz y luego residió en Ciudad Juárez, en donde aprendió los hábitos de los pachucos. En la ciudad fronteriza aprendió inglés, trabajó de guía de turistas y luego, de recadero y ayudante en la emisora XEJ. Un buen día el patrón le pidió que reparara un micrófono y el muchacho, para probarlo, y sin darse cuenta de que estaba al aire, imitó a Agustín Lara. La impostura era tan buena que el jefe de la estación lo promovió a locutor y así empezó la carrera del que sería conocido y admirado años más tarde como Tin Tan.

Seis años exactos después del nacimiento del cómico mexicano, en un hogar de clase media de Recife vino al mundo Paulo Freire, pedagogo, teórico cercano a la Teología de la Liberación, socialista cristiano, encarcelado por los gorilas brasileños en 1964, exiliado en Bolivia, Chile y Estados Unidos, testigo de primera mano del sangriento arranque de las dictaduras militares que asolaron al Cono Sur y gran subversivo de la enseñanza. De entre sus muchas formulaciones esclarecedoras, me quedo con ésta: “Todos sabemos algo; todos ignoramos algo; por eso, aprendemos siempre.”

El 19 de septiembre de 1985 murieron miles de habitantes del Distrito Federal pero esas muertes hicieron posible el nacimiento de la ciudad. Ese mismo día se murieron Ítalo Calvino, en Italia, y Rockdrigo González en México. Éramos, hasta entonces, un conglomerado humano predominantemente inercial, pasivo y sumiso. Entre las losas derrumbadas, los muros lanzados fuera de su sitio, los incendios, los hierros retorcidos y el olor inolvidable de la muerte, los defeños nos abrimos paso hacia la vida, aprendimos la esencia coral de lo colectivo, descubrimos que teníamos manos y palabra. Mientras que las autoridades no atinaban ni a limpiarse las babas y las cuarteaduras dejaban ver el rostro corrupto, ineficiente y arrogante del régimen presidencialista, los defeños rescatamos a los sobrevivientes, lloramos y sepultamos a los muertos, nos improvisamos como bomberos, como plomeros, como albañiles, como herreros, como enfermeros, como médicos forenses, como informáticos, como periodistas, como operarios de maquinaria pesada, como ingenieros. Querida urbe desmadrosa y diversa, injusta y viva, solidaria y loca: no te permitas nunca el olvido de aquellos días de tu nacimiento.

Minutos después de la medianoche, y pocas horas antes de las oscilaciones y las trepidaciones que empezaron a las 7 de la mañana con 19 minutos, los jornaleros habíamos brindado en el edificio de Balderas 68 por el primer aniversario del comienzo de la circulación de nuestro diario. Al día siguiente, con el centro de la ciudad hecho pedazos y con las enormes dificultades que significaba llegar hasta la redacción de La Jornada, nadie recordó el festejo: teníamos por delante un montón de dificultades para hacer la edición del día y nos supimos necesarios. Tampoco pensamos, en la tarde de ese nuestro primer cumpleaños, el 19 de septiembre de 1985, en las Jornadas que nos esperaban en los días y meses y lustros siguientes y que ahora, 24 años después, ya son toda una vida. No: muchas vidas.

jueves, septiembre 18, 2008

Las Sentencias

Luis Javier Garrido

El país vive uno de los peores momentos de su historia por las políticas antinacionales y antipopulares del gobierno entreguista de Felipe Calderón.
1. La sentencia de 45 años en contra de Ignacio del Valle, dirigente del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), de San Salvador Atenco –detenido desde hace dos años en el penal de alta seguridad del Altiplano–, pronunciada por el juez penal primero de Texcoco, Alberto Cervantes, el 21 de agosto, que se suma a la sentencia previa de 67 años y seis meses dictada por el mismo juez (lo que le acumula un total de 112 años de prisión), así como la sentencia de 31 años y 10 meses a otros 11 dirigentes del FPDT, todas ellas por los hechos del 4 y 5 de mayo de 2006 en Atenco, constituyen una aberración jurídica que avegüenza lo mismo al Poder Judicial federal que al pueblo de México.

2. ¿A quién puede extrañarle tras esta decisión que los policías culpables de innumerables delitos, incluyendo el de violación, durante su actuación en los operativos de esos días, permanezcan impunes? ¿O que algunos de los luchadores sociales detenidos, como el joven Héctor Galindo, permanezcan incomunicados en celdas de confinamiento, con la complicidad de los visitadores de la CNDH?

3. El “modelo político” neoliberal le ha asignado al Poder Judicial el papel de legitimar las decisiones políticas por muy aberrantes que éstas sean, y esto ha determinado que en el México de “la alternancia” no existan tribunales autónomos y que durante los años del panismo oscuros ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación o magistrados y jueces “de consigna” estén ya convalidando decisiones de un poder político que actúa como mandatario de intereses privados, incluso extranjeros, y el caso de Atenco resulta por ello significativo.

4. Las sentencias en contra de los dirigentes del frente parecen ser no sólo una advertencia a los luchadores sociales que se oponen en los países sometidos por los mecanismos de “la globalización” –como es el caso de México– a los grandes intereses trasnacionales, sino que buscan sentar al mismo tiempo un precedente metajurídico para el futuro inmediato, de ahí su carácter monstruoso, pues rebasan cualquier fallo judicial en contra de opositores políticos del periodo del porfiriato o de los peores años del priísmo, como el sexenio diazordacista.

5. La aberración es absoluta asimismo si se considera la naturaleza de las acusaciones en contra de dirigentes campesinos que no cometieron delito alguno y a quienes se les responsabiliza por secuestro y ataques a las vías generales de comunicación. El instrumento utilizado desde los años 40 hasta el diazordacismo fue el delito de disolución social establecido en el artículo 145 del Código Penal, que fue suprimido como consecuencia de un debate abierto por el movimiento estudiantil y popular de 1968 (único punto, por cierto, del pliego petitorio de entonces que aceptó Díaz Ordaz), pero ahora se recurre a cualquier tipo de acusación, incluso de delitos del orden común, insostenible desde la lógica jurídica.

6. La paradoja resulta en consecuencia muy clara: un gobierno ilegítimo, cuyos principales integrantes son verdaderos presuntos delincuentes de Estado, empezando por Felipe Calderón, a quien se ha señalado en los últimos meses no sólo por peculado y tráfico de influencias como por innumerables delitos electorales, que le permitieron usurpar el cargo, y ahora nada menos que por haber cometido el delito de traición a la patria al pretender entregar a compañías extranjeras la industria petrolera nacional –que es de carácter estratégico para el país–, y sobre cuyo jefe de gabinete, el ciudadano español Juan Camilo Mouriño, se han presentado innumerables pruebas de presunta delincuencia organizada, se atreve a acusar de incontables delitos a algunos de los más dignos luchadores sociales de México.

7. Las sentencias no son únicamente “absurdas y abusivas”, como las calificó en agosto la Comisión Civil Internacional de Observación por los Derechos Humanos, al evidenciar la desastrosa situación que hay en México en la materia, agravada por el hecho de no existir un Poder Judicial autónomo. Muestran sobre todo la impunidad del poder político, que quiere vengarse de luchadores sociales que al defender sus tierras frenaron el proyecto trasnacional multimillonario de construcción de un aeropuerto internacional, y que pretende por este acto despótico amedrentar al pueblo ciudadano.

8. Estos fallos judiciales muestran la colusión PAN-PRI en las grandes decisiones de Estado y su objetivo de imponerle al país un modelo económico –y político– transexenal, y por lo mismo son corresponsabilidad, como lo fueron los operativos del 4 y 5 de mayo de 2006, de Calderón y del gobernador priísta mexiquense Enrique Peña Nieto, y no van dirigidos por lo mismo nada más contra una organización social –el FPDT– o contra todo el movimiento social organizado, sino que constituyen una sentencia contra el pueblo de México.

9. Echarlas abajo y lograr la inmediata e incondicional libertad de Ignacio del Valle y de sus compañeros del frente es, por lo mismo, una responsabilidad de todos, más allá de ideologías y de capillas, si no se quiere que las estructuras fascistoides del actual poder político asfixien en poco tiempo todos los espacios de libertad por los que pugna el pueblo de México.

10. El mes patrio de 2008, marcado por la lucha de resistencia en defensa del petróleo, debe ser también de la defensa de los derechos individuales de los mexicanos si no se quiere que el actual gobierno avance en su pretensión de criminalizar a los movimientos sociales.

miércoles, septiembre 17, 2008

Delincuencia, Violencia y Clases

Gilberto López y Rivas

Un ambiente de zozobra se cierne sobre la República. La violencia cotidiana del crimen organizado, en colusión con un gobierno penetrado por las mafias –y que opta por las vías represivas y militares para enfrentar el descontento social–, conjuntamente con el grave deterioro de las condiciones socioeconómicas de la mayoría de la población, provocan la pesadumbre de amplios sectores rurales y urbanos que ven amenazados sus trabajos, entornos familiares, patrimonios e incluso la propia preservación de sus vidas.

Las clases medias y altas expresan públicamente su fundada indignación por los secuestros, homicidios y atracos de todo tipo, y por la corrupción e incapacidad de las autoridades para responder a este tsunami de criminalidad incontrolable, sin vislumbrar todavía el fondo de sus causas estructurales y políticas; sin entender la violencia sistémica del capitalismo que deja sentir sus rigores en el hambre, la enfermedad, la desocupación y la pobreza generalizada de millones de personas; en la guerra social desatada contra resistencias y oposiciones.

Se exige “mano dura” y se apoyan las medidas de militarización y un mayor rigor en los castigos, demandando incluso la pena de muerte contra los perturbadores del “orden público”, al mismo tiempo que se ignora la tortura, el asesinato y las desapariciones forzadas de cientos de luchadores sociales, la existencia de presos políticos en todo el país, la acción de grupos paramilitares en Chiapas, los numerosos periodistas muertos en el ejercicio de su profesión o las constantes violaciones a los derechos humanos cometidas por el Ejército, las policías y la maquinaria judicial. Se observa el problema como una cuestión de eficacia y se exclama: “¡Si no pueden, renuncien!”, sin ir más allá en el análisis de esta realidad delictiva que sufren los mexicanos. No se trata del clamor: “¡Que se vayan todos!” de los piqueteros argentinos, que expresa una mayor concientización en torno a la inutilidad generalizada de la clase política de este país.

También, las “soluciones” dependen del cristal de clase con que se miren. Se multiplican los guetos, calles y fraccionamientos cerrados, autos blindados, guaruras o body guards, recursos técnicos de variada naturaleza, y como expediente final, la migración, “que al fin en Europa o Estados Unidos, estas cosas no suceden”. Si millones de mexicanos han cruzado la frontera norte sin documentos con el objetivo de encontrar trabajo, aun con los riegos y las políticas racistas que este trance conlleva, ahora aflora también la migración de quienes pueden costear una inserción en un país de primer mundo como propietarios y rentistas.

Claro que para la mayoría de la población esto no es posible, por lo que a los estratos ilustrados (pero sin medios económicos suficientes) sólo les queda la prevención. Van y vienen los correos electrónicos advirtiendo sobre las modalidades de la delincuencia y los pasos a seguir para sortearla: desde vestir modestamente, andar sin documentos comprometedores, evitar mostrar el celular en la calle, observar con detenimiento a los extraños, utilizar con discreción la llave electrónica del auto, tener un sobre con una cantidad suficiente de dinero para no provocar el enojo de los posibles malhechores, etcétera; hasta las advertencias sobre nuevas modalidades de asaltos, secuestros exprés o los peligros de las redes sociales de Internet –explotadas ahora por el crimen organizado–, e incluso el riesgo de las páginas sociales de los diarios, que pueden ofrecer informaciones utilizables por los delincuentes.

También aquí se trata de acciones defensivas de carácter “técnico”, de “consejos” para el “manejo evasivo”, de expertos entrenados nada menos que por el Servicio Secreto y las fuerzas especiales del ejército de Estados Unidos, que paradójicamente pueden tomar por asalto un país, como Irak, sin que este hecho sea considerado un crimen internacional. Los “consejos” refieren a salidas que estimulan el cuidado personal, de grupos familiares o de amigos, que de seguirse –se afirma– evitarán ser víctimas de la “delincuencia” en abstracto, la cual tampoco es analizada estructuralmente. Se estimula un estrés generalizado que promueve el terror, la parálisis, la desconfianza hacia los demás, siempre “potencialmente peligrosos”, la discriminación clasista y racista hacia las clases subalternas “obligadas a delinquir”, la cerrazón en pequeños guetos no siempre seguros.

Mientras tanto, las cárceles se llenan de inocentes o culpables –nunca se sabe– de los sectores vulnerables; los defendidos por los “abogados de oficio”; los “carne de cañón” de las prisiones; los “nadie”, los “nada”. En contraste, los capos poderosos pueden incluso no sólo alcanzar fianza sino vivir en barrios residenciales. Recuerdo que en un exclusivísimo fraccionamiento de Tlalpan, al cual se accedía a través de una caseta de vigilancia en la que revisaban meticulosamente los vehículos y exigían identificaciones, ¡se aseguraron cuatro casas de narcotraficantes!

En el “combate a la delincuencia” se pretende asumir como algo normal, e incluso recomendable, los retenes del Ejército en carreteras y en las calles de las ciudades, el ingreso de militares y policías a domicilios sin orden de cateo, la delación anónima, el control policiaco de los ciudadanos, la violación flagrante de la Constitución y el constante quebrantamiento de los derechos humanos.

No nos engañemos: la única solución viable es cambiar de raíz el sistema basado en el robo generalizado del trabajo ajeno, para el cual son inherentes la violencia y el crimen. La efectiva “lucha contra la delincuencia” consiste en transformar las relaciones sociales basadas en la explotación y degradación de los seres humanos.