sábado, marzo 03, 2007

Sano escepticismo (En busca de la legitimidad no ganada)


Rosa Albina Garavito

3 de marzo de 2007

El Universal

El resultado de esa ley (Ley Beltrones) podría constituirse en el oxígeno que el gobierno de Felipe Calderón requiere para lograr la legitimidad social y política que no obtuvo del proceso electoral. Si revisamos la astucia del Estado mexicano para renovar sus fuentes de legitimidad fuera de los cánones de los procesos electorales, el hecho se repite en diversos momentos históricos. Lo ilustro con las coyunturas históricas más recientes: después del movimiento de 1968 y una vez desmantelado el movimiento de insurgencia sindical de la década de los 70, y reprimida la guerrilla rural y urbana de esos años, la reforma política de Reyes Heroles fue una bocanada de racionalidad política para un sistema que hasta entonces se había recreado en el autoritarismo del partido único.

Esa racionalidad funcionó mientras no se atentó contra el monopolio del ejercicio del poder del PRI. Cuando ello sucedió (1988), la democracia electoral se tornó en subversiva y como tal fue tratada; de ello hablan los cientos de perredistas asesinados en el periodo 1988-1994. Así, la insurgencia zapatista de 1994 encontró al país con un gran rezago democrático, al que se sumó la crisis económica de 1995. De tal manera, la reforma electoral de 1996, que dio respuesta a los reclamos del movimiento democrático, también fue la vía que el gobierno y la clase política en el poder encontraron para marginar y golpear al EZLN, y también para hacer de la oposición perredista una oposición funcional al sistema.

Pero así como la reforma política de Reyes Heroles se agotó, lo mismo sucedió a la funcionalidad del pacto de 1996. En este caso el agotamiento quedó claro cuando esas reglas del juego podían dar como resultado una nueva alternancia, ahora encabezada por un candidato opositor a quien se consideró "un peligro para México". Una vez detectada esa "amenaza" se actuó en consecuencia para detenerla y, en ese camino, aquel pacto de 1996 quedó hecho añicos.

Con esta apretada relación de hechos trato de ilustrar que cuando los cambios a las reglas del juego para acceder al poder político y para gobernar se sustentan sólo en la astucia de quien ejerce el poder para conservarlo, más temprano que tarde esas reglas terminan por ser traicionadas por los mismos actores políticos que les dieron vida. Así que frente a la ley Beltrones recomiendo un sano escepticismo.

Consejera nacional emérita del PRD