viernes, mayo 11, 2007

Los Maras y su Caló


Carlos Cáceres R.

El caló es una forma de comunicarse y su uso se vincula con la delincuencia. También se le ubica como una forma de rechazo a normas verbales y al hablar por medio de una simbología diferente, pasa a formar parte de la marginalidad. Hablar a través de una simbología diferente puede favorecer la identificación de sus miembros y reforzar la cohesión del grupo, pero expresa una forma de marginalidad.

Desde que era bicho (niño) deseaba andar en la frecuencia (miembro activo de una pandilla), tener mi aka (sobrenombre) y pasear en mi cancha (territorio dominado por una mara), viendo a las michas (mujeres) para que admirarán mi bandana (pañuelo estampado). Es mi forma de ver el mundo.

En la adolescencia me vinculé a la vida loca (integrarse a la mara). Lo primero que hice fue estar manchado (tatuarse), con lo cual dejé constancia en mi cuerpo de acciones, amoríos y orgullo. No tuve problema para colocarme los tres puntos (tatuaje en los nudillos). Me uní a la mara (la Salvatrucha o la Barrio 18). En la cara no tenía lágrimas (pequeños tatuajes recordando a un compañero) ni en los pómulos (registro de homicidios). Enviar al otro barrio (matar) a una persona es un aspecto decidido en la clica (célula formada por dos o más personas) donde me correspondió actuar. Ahí recibí la solidaridad de mis jomis (miembros de la misma pandilla). Me sentí bien con ellos y comprendí el significado de las letras (MS13 o B18). Le entré al gane (robo) y distribuíamos la cachada (venta de cosas producto de hurtos).

El caló de las maras –como medio de comunicación– no es una invención propia de estos grupos. La palabra lunfardo ubica esa comunicación en Argentina, y en Perú se conoce como replana. En otros países reciben diversos nombres. Son asociaciones de palabras o yuxtaposición de imágenes. Su especial significado se encuentra para aquellos que se sujetan a las reglas de un determinado grupo.

No es posible tener amistad con otros jombois (se llaman entre si los miembros de diferentes maras). Es cierto que ellos también han brincado el Barrio (miembro de una pandilla), pero para nosotros –los de la MS– ellos son una cacocha (término despectivo para referirse a los de la Barrio 18). Su respuesta fue ubicar el nombre de pichonas (así llaman despectivamente los de la MS a los de la B18). Cuando los veo, aprieto mi boro o cuete (revolver) porque es cosa de estar listo. En otro caso, siempre tengo mis fierros (cualquier arma) a la mano por si se debe resolver alguna duda. Siempre están conmigo y lo digo de cora (corazón). Como soy chero (amigo), puedo afirmar que nunca seré un volteado (el que se pasa a otra pandilla) y menos voy a echar rata (delación)

Como ya tenía el pase (estar en la mara) podía ir a las pegadas (acciones contra otra pandilla). Esto me costó 13 (el número de La mara salvatrucha) segundos de golpes. Me enfrenté a tres. Es la regla. Paré en el hospital. Un rito brutal para ser aceptado. Cuando salí y lo permitían mis ocupaciones, andaba con jainas (pandilleras) del barrio (puede ser la calle o colonia). Y para gastarles un poco, lograba rentear (cobrar “impuestos”), la hacía de camello (vendedor de droga) o distribuyendo piedra (crack). Pero nunca estuve tatalaca (intoxicado por drogas). Por esta razón, así como me discipliné también tuve el respeto del big palabra (dirigente) quien me lo demostró en varios mirines (reuniones). Lo que ahí se dice, en ese lugar se queda. Quien no entiende esto, puede tener luz verde (autorización de la clica para matarlo). Soy, pues, una gente de respeto. La paisada (mujeres y hombres ajenos a la clica) no ignora como me muevo. Me temen y mis acciones y palabras se toman en cuenta. Siempre estoy listo para después no andar de guinda (huyendo de la policía).

Muchas y diferentes expresiones se utilizan en el caló de las maras en Guatemala. Es el uso de palabras con otros significados dentro del idioma español. Algunas se consolidan y otras desaparecen. Es un fenómeno gramatical que influye en diversos sectores de la juventud. La inmediata tendencia es a imitar esa forma de expresión. Pero no debe olvidarse el contexto de violencia –cada vez más complejo– donde se desarrollan las maras: grupos utilizando la fuerza –la cual produce daño a la vida humana– para lograr determinados fines. Sus implicaciones son negativas para hombres o mujeres que entren en contacto con esa forma de vida. No se debe retroalimentar la violencia por medio de la imitación.