Octavio Rodríguez Araujo
Ante un auditorio medio vacío (o medio lleno, como quiera el lector) hablaron Fox y su señora esposa. La cita fue en Washington. En esa conferencia a mitad de precio, el ex presidente dijo, orondo, que con motivo de El Encino (y el desafuero) perdió, pero "18 meses después me desquité cuando ganó mi candidato", Felipe Calderón.
Confesión de parte, relevo de pruebas, dicen los abogados. Si había alguna duda (que, por lo sabido, ignoraron el Instituto Federal Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación), la confesión de Fox la echa por tierra: quiso sacar de la jugada a López Obrador, a como diera lugar, y lo logró con trampas sin fin en el siguiente año y medio, en un desquite ("vengar una ofensa", dice el diccionario) en el que, en calidad de cómplices, participaron otros muchos actores que por ley tenían que haberse quedado al margen del proceso electoral o actuar con imparcialidad.
No está por demás recordar, como complemento de la confesión de Fox y de su venganza ahora admitida, que él, "su candidato" (que sólo lo fue porque no le quedó más remedio), las repudiadas autoridades del IFE y demás comparsas, reconocieron implícitamente el gran fraude de 2006 por el solo hecho de negarse a que los votos fueran contados en su totalidad.
Para mí, mientras no se pruebe lo contrario, triunfó López Obrador. Que durante el proceso electoral y después cometiera errores, no demerita su triunfo. (¿Quién no comete errores?) Sin embargo, en el presente no faltan los perredistas que, con base en esos errores, quisieran restarle liderazgo en su partido, a pesar de que muchos de ellos fueron beneficiarios de lo que se llamó "el efecto López Obrador". ¿Cuántos, de los ahora senadores y diputados, le deben su silla y honorarios al liderazgo de López Obrador que antes del 2 de julio no sólo no cuestionaban, sino que hasta usaban su foto como parte de su propaganda?
Que Fox y "su candidato", además de seudo izquierdistas que les hicieron el juego en 2006 con el único propósito de llamar la atención (no ser olvidados), continúen atacando al ex candidato perredista no es sorpresa para nadie, pero que lo hagan sus correligionarios es una verdadera insensatez, sinónimo de antropofagia.
Los tiempos que vivimos, y no sólo en México, sugieren la conveniencia de sumar fuerzas entre la amplia y heterogénea izquierda nacional y latinoamericana. Lo que estoy diciendo no tiene nada de original, lo he oído desde hace varias décadas; pero no por muy dicho deja de tener vigencia. La izquierda ha sido derrotada muchas veces por no entender un principio elemental, tan elemental que se ha vuelto lugar común: la unión hace la fuerza. Obviamente me estoy refiriendo a la unión de las izquierdas y no a la de éstas con las corrientes y personas de derecha y de ultraderecha, como han querido entender los partidos Convergencia y del Trabajo en Yucatán y el mismo PRD en otras elecciones pasadas.
La estrategia correcta, y si me equivoco sabré disculparme, es sumar a todas las fuerzas llamadas progresistas en el país, y no restar, como suelen hacer los sectarios y quienes creen poseer el único certificado de revolucionarismo en México para esconder su fracaso personal. Y esto quiere decir, para el PRD, fortalecerse en la unidad y en los principios que -me adelanto a decir- tienen que ser tan amplios como lo exija la heterogénea composición de sus militantes y simpatizantes.
Todo partido electoral competitivo, no me cansaré de decirlo, tiene que ser incluyente, dentro de ciertos límites, si quiere ganar votos: la sociedad mexicana, incluso la llamada progresista, es plural y diferenciada y, en muchos sentidos, conservadora o, por lo menos, temerosa de cambios bruscos y dirigidos a metas y objetivos insuficientemente asumidos por ignorancia, por el peso de la propaganda negativa o por enajenación a los valores de quienes debieran ser sus enemigos y no sus paradigmas de telenovela.
No es muy difícil entender, creo, que el gobierno impuesto de Calderón y sus aliados son los enemigos a vencer, por todo lo que están haciendo y por lo que quieren hacer (véase el excelente artículo de Carlos Fazio del lunes 12 en este diario). Y para lograrlo, o para al menos impedir que aquellos se salgan con la suya y terminen por vender al país, será necesario que las izquierdas, desde el PRD y desde las organizaciones sociales denominadas progresistas, se fundan en una misma lucha (no en una sola organización, aclaro enfáticamente). Cualquiera que lea periódicos sabe que Calderón está haciendo alianzas con todas las fuerzas conservadoras del país. ¿Las izquierdas divididas podrían, en estas circunstancias, contrarrestar esa estrategia del poder fáctico? Imposible.
No basta dejar que Calderón y sus colaboradores, principalmente el "duro" de Gobernación, sigan cometiendo errores para que terminen de desprestigiarse, hay que hacer algo para reconstruir a la izquierda partidaria, para ligarse con la izquierda social que es muy amplia pero también muy dispersa y para aprovechar el liderazgo que todavía tiene López Obrador y que creen haber vencido Fox y Calderón con el fraude electoral.
Si la izquierda mexicana comiera sólo para mantenerse activa y sana, no tendría que recurrir a la antropofagia como medio para saciar su enfermiza glotonería. Debería aprovechar lo que tiene y lo que ha ganado, no para conformarse y dormirse en sus laureles, sino para reconstruirse
y fortalecerse, y así enfrentar los difíciles retos que tiene enfrente.
jueves, febrero 15, 2007
Fox, Calderón y las izquierdas
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caida del muro