miércoles, marzo 02, 2011

José Antonio Trujeque


Hace unos días cumplió un año la tragedia de Villas de Salvárcar, donde fueron asesinados a sangre fría 15 jóvenes juarenses. Además de un sentido pésame para sus seres queridos y de recordar que el drama sangriento en aquel puerto fronterizo continúa de manera imparable, en estas líneas me permitiré comentar algunas situaciones ligadas a cierta manera de pensar sobre las víctimas de la ola de violencia que sacude a México.

Horas después de la tragedia de Salvárcar, la reacción oficial por parte de Gómez Mont y de Calderón fue que los jóvenes ultimados eran unos “pandilleros” y que andaban en tratos con la delincuencia. Es decir, deslizaron la idea de que las víctimas eran las culpables de su atroz asesinato. Como sabemos, esta posición se modificó sobre todo por las airadas protestas de las madres y seres queridos de los jóvenes.

Sin embargo, queda la cuestión de si, bajo el supuesto de que los muchachos hubieran sido pandilleros, de todas maneras hubieran merecido el fin de sus vidas de esa terrible manera. En otras palabras: ¿pueden admitirse excepciones en el estado de derecho y en las garantías individuales y que, en tal caso, las máximas autoridades de nuestro país convaliden entonces la ley de las balas?

Esta mentalidad me parece que se expresa en distintas modalidades, siendo su presunción común la de que las víctimas son las culpables de que sobre ellas se cierna la violencia.

Me parece que esta idea tiene consecuencias graves, no sólo por la inversión de valores que implica, sino también por otro par de consecuencias: primero, la carga de condena moral hacia las víctimas; segundo, porque tiende a hacer invisible que lo importante es la reconstrucción del estado de derecho y la observancia de las garantías individuales, al contrario de la pretensión de que “las víctimas de la violencia tuvieron la culpa de lo que les ocurrió”. Igual si se trata del propietario de un cibercafé: ¿es culpable de que lo asalten por tener computadoras en su negocio y atraer la atención de ladrones? Igual si alguna persona posee un vehículo determinado: ¿es culpable de que lo secuestren, pues también atrajo a los delincuentes? Igual si un ama de casa, estando en la calle, tiene que hacer una llamada en su celular: ¿es culpable por tomarse esa libertad, la simple libertad de andar en la vía pública porque atraerá la codicia de algún malviviente? Los ejemplos son inacabables, pero lo que importa es señalar lo extendida que se encuentra la mentalidad de culpabilizar a las víctimas de los delitos.

Resulta de verdad inquietante el hecho de colocarle a las decenas de miles de víctimas del actual desorden el estigma de la culpabilidad. Es una de las muchas lecciones que deja la tragedia de Salvárcar.

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