Sanjuana Martínez
La Jornada
Los regiomontanos han vivido más de 100 horas con lluvia, pero hoy el cielo se ha despejado un poco y Alonso García Villarreal aprovecha los primeros rayos de sol para sacar metro y medio de lodo de la casa de su madre: “¡Aquí estuvo muy feo el pedo! El agua se llevó todo, hasta una cama king size de 13 mil pesos que le compre a mamá el 10 de mayo, las dos teles de plasma chingonas de 42 pulgadas, el refri, la estufa. No quedó más que el trastero, el ropero… casi nada. Era todo su patrimonio. Dice el gobernador que nos van a dar. Yo no les creo, habrá que chingarse otra vez y empezar de cero”.
Alonso lleva botas de plástico blancas hasta la rodilla. El lodo cubre toda su ropa. Usa bigote y está despeinado. A pasar del desolador panorama ríe a carcajadas cuando recuerda su última aventura ante la súbita crecida del río Pesquería, que pasa al lado de la casa donde nació, en la localidad de Santa Rosa, municipio de Apodaca, Nuevo León; uno de los lugares más afectados por el huracán Álex.
En este poblado, que antes fue hacienda, viven ahora más de 3 mil personas. La mayoría perdieron todas sus pertenencias: No llores, amá, le dijo Alonso. “Hay gente más fregada que nosotros. Por lo menos tu casa está bien asentada y la corriente sólo se llevó el patio y el cuarto de lavandería. Yo vivo en el segundo piso, pero a mí no me pasó nada. Nomás corrí y salvé mi Cougar. Me costó 30 mil bolas y no iba a dejar que se lo llevara el río, pos qué chingaos. Me valió madre. Lo saqué apenitas”.
No todos tuvieron el valor de Alonso. Las calles tienen aún amontonados los coches y las camionetas siniestradas. Las aseguradoras tardarán semanas en contabilizar las multimillonarias pérdidas en vehículos.
Alonso sigue sacando el lodo con pala y carretilla. Trabaja de chofer, pero hoy su patrón le dio permiso de faltar. Cuenta que el día de la llegada de Álex eran las seis de la tarde y el río subía paulatinamente: “Como a las ocho la cosa se puso bien cabrona. El agua empezó a meterse a la casa por todas partes…. Aquí está el video, mi carnal lo grabó en el celular, ¿quiere verlo?... Cuando vi que del baño salían borbotones de agua, corrí hecho madre… ¿pero qué cree? Volteé y en eso vi la ola. ¿Sí supo? Aquí hubo una ola, como la del tsunami, pero no vino de la crecida del río, llegó por adentro del pueblo”.
Las casas de los vecinos de Santa Rosa forman parte de la estadística gubernamental que ha contabilizado 20 mil viviendas afectadas. La mitad en pérdida total y 70 mil familias necesitadas de ayuda. En esta localidad la voracidad de las empresas constructoras y la corrupción gubernamental en la entrega de permisos han convertido las afueras del pueblo en una ciudad dormitorio a hora y media del centro de Monterrey, donde abundan colonias hechas sin respetar el caudal del río Pesquería.
Eso fue lo que pasó. Los que construyeron las nuevas colonias desviaron la pasada del río y por eso se desbordó y entró al pueblo, cuenta doña Maribel Mora, de 63 años, oriunda de esta tierra. “La corriente arrancó las bardas de mi casa. Se me echó todo a perder. No me quedó más que el refrigerador. Ya lo limpié, pero ahora dicen los del municipio que se los dé para tirarlo y que luego me traen otro. Yo les dije: ‘Prefiero quedármelo, qué tal si no me dan otro. Éste por lo menos lo puedo arreglar’”.
Los estragos de Álex en Nuevo León son devastadores e ilustrativos a la hora de exhibir las aberraciones urbanísticas cometidas con autorización de los gobiernos municipales. La construcción sin control ni límites de nuevos asentamientos humanos que no respetan la naturaleza del lugar agravó las consecuencias del huracán. Allí donde había un bosque, árboles y matorrales en las laderas de los cerros, de pronto surgieron miles de casitas iguales y cientos de calles.
La velocidad de la bajada del agua se incrementó a falta de contención de árboles y plantas y así surgieron las montañas de piedra y escombro que cubren varias colonias aledañas a los cerros. Sin estudios hidrológicos ni ecológicos, cientos de colonias han nacido en la última década con base en sobornos pagados por empresarios de la construcción a los funcionarios estatales y municipales para conseguir permisos sin restricciones.
El mal no estuvo en la subida del río, insiste doña Maribel. “Llevo aquí toda la vida y nunca ha pasado nada, ni con el Gilberto. Ahora pasó porque no respetaron al río y la corriente es sabia. Buscó su cauce. La ola entró y arrasó, incluso con la escuela primaria… ¿ya fue a ver cómo quedó?”
El panorama en la escuela Ignacio Guajardo es desolador. Una pila de pupitres se amontona en el patio. Las paredes desaparecieron. Los salones y las oficinas se inundaron con varios metros de agua. Se perdió todo: archivos, computadoras, pizarrones... Fue horrible... La ola era gigante. No le puedo decir de cuántos metros, cuenta el maestro Guillermo Lozano. Aquí estaban los vecinos que llegaron para resguardarse de las inundaciones. Los pobres pensaron que el lugar más seguro era la escuela, pero cuando llegó la ola salieron corriendo. Parecía el fin del mundo.
¿Ficción o realismo mágico? Óscar Garza González, de 51 años, asegura que es la puritita verdad. Él también fue testigo de la misteriosa ola tipo tsunami; tanto, que decidió abrir las puertas de su casa y subir a los vecinos al techo del segundo piso: En ese momento no piensas en nada, más que en ayudar a la gente. Menos mal que todos se salvaron. Eran como 30 o 40 personas; sólo hubo uno que murió. ¿Se ahogó?, le pregunto. No. ¡Qué va!... Lo que pasó es que cuando llegó a su casa prendió el foco. Allí quedó el pobre, electrocutado.
En ese momento, una camioneta pasa por la avenida Jonás García convertida en río por el huracán Álex y desde la megafonía invita: En breves minutos llegará el gobernador Rodrigo Medina para platicar con los vecinos y ofrecerles ayuda.
La plaza de Santa Rosa está convertida en improvisado comedor y centro de acopio de víveres y ropa usada. Doña Lupina y su gente aseguran que la ayuda se entrega a todos por igual, sin importar al partido que pertenezcan, pero las calcomanías del PRI abundan en los bulldozers que sacan los escombros de las casas.
La comitiva de las autoridades se aproxima. Cuatro camionetas del año marca Suburban Chevrolet levantan la polvareda. En cuestión de segundos aquello se llena de una veintena de guardaespaldas. El gobernador se baja, sonriente, con camisa blanca y pantalón caqui sin una gota de lodo y con unas botas ligeramente manchadas de polvo. Caminando apenas unos metros, se dirige a una casa ubicada al margen del río Pesquería. Allí todo está preparado para la visita sorpresa. Le ofrecen burritos y Coca Cola. Come con soltura y apenas habla. Los vecinos congregados en el lugar lo observan sin ser invitados al convite esperando un comentario que no llega: “Ya ve –dice doña Lupe–, por eso ni me acerco. Que dizque nos van a ayudar. Mejor me voy. Yo gracias a Dios no soy priísta”.
sábado, julio 10, 2010
Sin casa, sin muebles, sin coche...
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