jueves, octubre 30, 2008

La opción de Josías



Hermann Bellinghausen

Musical y suave, acariciadora, la agitación al paso del viento de las hojas que se aferran a los árboles todavía. Por millones caen otras, secas, que se desprenden de la rama al vencerlas la debilidad.

En la cerca que delimita la parcela brotan moradas las cámpanulas, que no son flores friolentas y se sienten a gusto en el insidioso otoño, le aguantan sus humores y tormentas, no pocas mañanas calurosas y brillantes, y luego nubarrones, neblinas, heladas, aguaceros. La campánula aguanta, está diseñada para flotar bocarriba en caso de inundación, leal a su semilla.

En el otro extemo de la parcela, Josías con el azadón le abre lo rojo a la tierra, la prepara para ararle surcos. Tiene como cortina de fondo una tornamilpa monumental y verde que no lo empequeñece. Extrañamente, lo hace ver grande. Está un poco viejo. Está descalzo no por pobre (botas tiene), por delicadeza con la tierra, por apretarla entre sus dedos.

La gorra beisbolera que lo cubre es una reliquia, casi gabardina cantinflesca. Una parte simbólica de su atuendo. Los pantalones arremangados, la chamarra naranja. Trabaja con chamarra, señal de que hace frío. Sólo se escucha el rascar de su instrumento, rompe el pasto, arranca los terrrones, los vira y desmorona. Eso, y su casi imperceptible jadeo.

Vuelve el viento. Hace bailar las castañuelas del follaje, las lanzas verdes y las crestas rubias de la milpa. Josías interrumpe su faena, escucha un momento, siente en el rostro el frescor un poco helado que agradece pues está sudando.

Mira atrás, todo el terreno ya levantado, café rojizo, maleable como el barro al alfarero; y luego adelante, a la extensión de prado que le falta para dejar a punto la parcela.

“Va más de la mitad”, piensa Josías. O lo dice en voz alta. Como está solo lo mismo da, es como si nada más lo pensara. Le presta alivio, pero no tanto pues todavía le falta un buen tramo antes del borde de robles, sauces y pinos, enredaderas y alambre.

Cuando se calma el viento se escuchan los cantos de unos pájaros. Josías reanuda la tarea. Está cansado. Sólo le queda un asientito de pozol del almuerzo. ¿Será que va a llover? Parece.
Echa un vistazo a la distancia, a lo que quedaba a sus espaldas, el patio de su casa. Ya están guardando las gallinas. Ja. Si todavía falta un rato para el agua, y los pollos se guardan solos. Saben, como él que la siente venir en los huesos.

Es empeñoso y no se aburre. Josías piensa terminar hoy el terreno, en carrera contrareloj con la lluvia. El reto lo anima.

En este mismo momento, él qué sabe, las bolsas de valores del mundo caen estrepitosamente, se evaporan los bancos, el dinero es bilimbique pero las deudas no, y los dueños las pueden cobrar a sangre y fuego. O quedarse con las tierras y los derechos de otros, así, por sus güevos.
En este mismo momento hay grandes extensiones del planeta, ciudades y valles, donde no ha llovido hace un año, o más. Partes donde no llueve nunca. Y otras donde no para de llover. El desorden climático del “nuevo” mundo, uno que envejece aceleradamente.

Josías no les ha perdido el pulso a las estaciones, esas damas antes tan respetables como cuatro confiables rebanadas del calendario y que hoy ya nadie cree. Cuando menos a esta tierra no han llegado el agujero en la capa de ozono, ni las epidemias de transgénicos, ni el envenenamiento con petróleo o arsénico, ni los deshielos, ni los falsos invernaderos. Sólo el Procede, ominoso bajo su disfraz de “apoyos y oportunidades”.

No que todo siga igual en el mundo de Josías. El tiempo siempre cambia. Sabe que no debe perderle el pulso al aire (que en este mismo momento sopla de nuevo con un sonido como de agua que regresa). Josías puede navegar sobre su milpa, literal y figuradamente, en las turbulentas inundaciones del capitalismo fuera de madre. Conservar los pies, así, descalzos, en la tierra, bien plantados. Y por lo pronto, ganarle esta tarde a la lluvia.

jueves, octubre 16, 2008

miércoles, octubre 08, 2008

Miguel Ángel Granados Chapa recibe la medalla Belisario Domínguez

* Advierte sobre tendencias al autoritarismo, al recibir la medalla Belisario Domínguez

* Fortalecer las libertades públicas y emitir ley de amnistía, exige Granados Chapa

*Demanda atender reclamos, no criminalizar la protesta e impedir que la sociedad se disuelva

* Protesta de la senadora Rosario Ibarra de Piedra, durante la ceremonia en el recinto de la calle Xicoténcatl

Una vez que recibió la medalla Belisario Domínguez en su edición 2008 y el reconocimiento de los tres poderes de la Unión, el periodista Miguel Ángel Granados Chapa advirtió sobre el crecimiento de “tendencias al autoritarismo, a la criminalización de la protesta social, a la guerra sucia enderezada no sólo contra los opositores al régimen, sino contra ciudadanos en reclamo de sus derechos”.

Ante el jefe del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, que ayer asistió exclusivamente como testigo de honor, ya que fue el presidente de la mesa directiva, el panista Gustavo Madero, quien entregó la presea al galardonado, el maestro Granados Chapa reivindicó las movilizaciones sociales, demandó fortalecer las libertades públicas y emitir una ley de amnistía “que haga salir de las cárceles a los presos políticos que hoy mismo, como en los peores tiempos del autoritarismo, padecen prisión injusta”.

Durante la sesión solemne de la Cámara de Senadores, a la que asistieron los presidentes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y de la Cámara de Diputados, Guillermo Ortiz Mayagoitia y César Duarte Jáquez, respectivamente; integrantes de la academia, como el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), José Narro; intelectuales, y miembros del gremio periodístico, la mayoría de los senadores del PRD decidió estar presente para acompañar a Granados Chapa.

Lo hicieron previo acuerdo con PAN y PRI de que Calderón asistiría, como indica el artículo 100 de la Ley Orgánica del Congreso, sólo como invitado, sin que los perredistas tuvieran que saludarlo, sin fotos, sin participar en las comisiones para recibirlo y sin que fuera él el encargado de entregar el diploma y la medalla Belisario Domínguez.

Protesta en solitario

En ese contexto, Calderón se presentó en el Senado por segunda vez, y si bien los perredistas no lo increparon, apenas ocupó su lugar se escuchó el grito: “¡Es un honor estar con Obrador!”, que lanzó la periodista Andrea Fernández, hija del fallecido cronista deportivo Ángel Fernández.

Ricardo Monreal, Rosalinda López y Salomón Jara no aceptaron estar en el mismo sitio “que el espurio”, como declararon más tarde, y la senadora Rosario Ibarra, quien sí asistió, colocó en su escaño un cartel de Andrés Manuel López Obrador con la leyenda: “presidente legítimo”, visible desde la tribuna donde Calderón escuchó la proclama que Belisario Domínguez leyó, también ante la tribuna del Senado, en 1913, antes de ser asesinado por órdenes de Victoriano Huerta.

Al hablar en nombre del Senado, la perredista María Rojo se dirigió a “los señores titulares de los poderes de la Unión” para no referirse a Calderón por su nombre.

Expresó que a lo largo de su carrera, como conocedor de la historia, periodista, profesor, expositor y analista de nuestra realidad, el maestro Granados Chapa ha demostrado su congruencia en busca de la verdad.

“Si existiera alguna duda al respecto, para despejarla habría que referirse a la masiva participación de la comunidad cultural y de la sociedad civil mexicana y a la unánime aceptación de la propuesta para ser reconocido por el Senado mexicano.”

Rojo resaltó también que Belisario Domínguez es hoy un símbolo, porque fue un hombre honesto, íntegro y consecuente con sus principios, como lo es Miguel Ángel Granados Chapa, “un ejemplo de que se puede vivir con honradez, con dignidad, con limpieza, comprometiéndose a un tiempo con las causas justas, sin alejarse de la verdad”.

En su turno, Granados Chapa recordó que el doctor Domínguez era miembro del Senado cuando “arrostró con plena conciencia su muerte, con tal de expresar sus convicciones, su condena al régimen usurpador y criminal de Victoriano Huerta”.

Se refirió a las movilizaciones sociales y pidió no demonizarlas, sino reconocer y valorar sus cualidades motrices. “La gente en la calle, las multitudes que clamaron contra la inseguridad, impulsaron la presentación de iniciativas de reforma legal, de creación de nuevos instrumentos contra el hampa”.

La calidad del proceso legislativo acerca de la reforma de Petróleos Mexicanos sería otra, señaló, de no haberla precedido el amplio debate nacional sobre un tema “que, como pocos, hoy no puede ser abordado sin la presencia de la sociedad”. Hoy, juntos, legisladores y la gente, dirán “lo que hay que hacer para poner al día, en estricto apego a la Constitución, la industria petrolera nacional”.

Granados Chapa insistió: “esas libertades públicas requieren un fortalecimiento que impida retrocesos dañinos para la convivencia nacional”.

El autor de la columna Plaza Pública instó a los senadores a mejorar la legislación contra la desaparición forzada de personas, “que afecta hoy a decenas, cientos quizá de mexicanos a quienes autoridades federales o locales levantaron como si fueran los captores delincuentes, es decir, los detuvieron pero no los sometieron a juicio, como deben proceder de acuerdo con la ley, y acaso los privaron de la vida, como lo hacen los matones profesionales”.

Se requiere, dijo, una legislación que haga al Estado “cumplidor de la ley y no su infractor en perjuicio de los ciudadanos”, que sería “admirablemente completada por una ley de amnistía”.

“Bravo”, gritó desde su escaño el senador Pablo Gómez, y todos los perredistas presentes se pusieron de pie para aplaudir a Granados Chapa, quien concluyó su discurso con la advertencia de que, pese a la situación actual y a la difusión de un ánimo de desesperanza, el desenlace no es inexorable.

“No nos deslicemos a la desgracia, menos aún caigamos de súbito en su abismo. Cada quien desde su sitio, sin perder sus convicciones, pero sin convertirlas en dogma que impida el diálogo, impidamos que la sociedad se disuelva.”

Granados Chapa recibió un gran aplauso por varios minutos que le tributaron de pie senadores de todas las fuerzas políticas e invitados especiales, desde el rector de la UNAM, el ex senador Javier Corral y dirigente de la Asociación Mexicana del Derecho a la Información y la periodista Carmen Aristegui, hasta el actor Daniel Jiménez Cacho, José Agustín Ortiz Pinchetti, Francisco José Paoli y sus familiares.

Acompañado por Calderón y Madero, Granados Chapa salió del recinto para la develación de su nombre en el muro de honor de la medalla Belisario Domínguez y montar guardia frente a la estatua del senador sacrificado por Victoriano Huerta.

Una vez que Calderón y el Estado Mayor Presidencial abandonaron el recinto, Granados Chapa fue asediado por legisladores, comunicadores, ex alumnos y personal del Senado que lo abrazaron y felicitaron en reconocimiento a una vida dedicada al periodismo.

jueves, octubre 02, 2008

Sobre un texto iracundo: recordamos

Gustavo Gordillo

Hace cuarenta años, sin saber bien por qué, de pronto me encontré junto con un compañero troskista Suárez y con Eduardo Valle, como representante de la Escuela Nacional de Economía ante el Consejo Nacional de Huelga. A diferencia de ellos, militantes de la izquierda radical y de la izquierda comunista; yo formaba parte de un grupo estudiantil, el Juan F. Noyola. Nos organizamos alrededor del cine club de Economía y como consejeros técnicos y consejeros universitarios nos involucramos sobre todo en la vida académica de la escuela.

Hace cuarenta años me encontré de pronto co-dueño con tantas más de mis compañeras y compañeros de esta nuestra gran ciudad volanteando, voceando y boteando. Inaugurando algo que hasta entonces había estado vedado para todos los de mi generación. La posibilidad de marchar y manifestarnos por las calles. Contemplamos conmovidos cómo el 13 de agosto, al entrar al Zócalo se caía un mito. Nunca más un espacio público como propiedad exclusiva del poder autoritario.

Hace cuarenta años después de haber escuchado el infame Informe presidencial en donde claramente se invocaba a la Constitución para hacer uso del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea contra el movimiento estudiantil como si fuéramos un ejército invasor; multiplicamos los gestos y los mensajes explícitos en búsqueda de mecanismos que nos pudieran conducir a una negociación digna y transparente con el poder público. La manifestación silenciosa del 13 de septiembre fue la cúspide de ese intercambio simbólico con el poder autoritario.

Hace cuarenta años enfrentamos el dilema central de toda dirigencia política. ¿Cuándo planteas un repliegue en un movimiento social que ha resistido el ataque indiscriminado y persistente de todos las expresiones del poder autoritario desde el gobierno hasta los medios de comunicación, las asociaciones gremiales, los partidos y las iglesias?

No hicimos lo suficiente como para traducir esos gestos simbólicos en deliberación pública en nuestras propias escuelas. Un dirigente valeroso como Roberto Escudero insinuó en la asamblea de su escuela, Filosofía y Letras, la necesidad de un repliegue ordenado del movimento. La respuesta fue contundentemente en contra. Pero la mayor parte de los dirigentes constatábamos día a día que el gobierno avanzaba en un camino seguramente sin retorno hacia la represión.

Un esclarecedor ensayo de Pablo González Casanova a fines de agosto publicado en el suplemento cultural de la revista Siempre! planteaba con claridad los dilemas. Por otra parte, a través de un profesor de Economía aceptamos una invitación para conversar con el General Lázaro Cárdenas del Río. Todos los principales dirigentes nos reunimos con él y escuchamos su análisis y su propuesta. Una carta firmada por todos los dirigentes dirigida al gobierno en la cual afirmaríamos nuestra confianza en el General como mediador confiable entre el movimiento y el gobierno. La propuesta se presentó unos días después en el CNH y fue derrotada por seis votos.

Aún con estas dudas, errores y limitaciones nuestro mensaje central fue inequívoco. No éramos ni representábamos ninguna amenaza ni para el gobierno ni para las Olimpíadas.

Hace 40 años llegué a la Plaza de las Tres Culturas cuando ya el ejército y la policía la tenía rodeado y la balacera había comenzado. Una mujer con un hijo en brazos se acerca a un soldado y le dice: ¡Mátelo! El soldado, demudado, le responde: ¿Por qué, señora? Mejor váyase. Ella insiste: Mátelo, porque allá adentro tengo a otro hijo de 17 años que lo están matando. Cuando éste crezca los va a odiar y también lo van a matar.

Hoy, después de cuarenta años en condiciones diferentes, pero no menos dramáticas nuestro país requiere nuevamente de sus mejores mujeres y hombres. Recordamos para continuar una lucha.

Rosario Castellanos lo resume bien:

Recuerdo, recordemos

Hasta que la justicia se siente entre nosotros.