martes, abril 10, 2012

Zapata

Eduardo Galeano


1911
Anenecuilco

Zapata

Nació jinete, arriero y domador. Cabalga deslizándose, navegando a caballo las praderas, cuidadoso de no importunar el hondo sueño de la tierra. Emiliano Zapata es hombre de silencios. Él dice callando. Los campesinos de Anenecuilco, su aldea, casitas de adobe y palma salpicadas en la colina, han hecho jefe a Zapata y le han entregado los papeles del tiempo de los virreyes, para que él sepa guardarlos y defenderlos. Ese manojo de documentos prueba que esta comunidad, aquí arraigada desde siempre, no es intrusa en su tierra.

La comunidad de Anenecuilco está estrangulada, como todas las demás comunidades de la región mexicana de Morelos. Cada vez hay menos islas de maíz en el océano del azúcar. De la aldea de Tequesquitengo, condenada a morir porque sus indios libres se negaban a convertirse en peones de cuadrilla, no queda más que la cruz de la torre de la iglesia. Las inmensas plantaciones embisten tragando tierras, aguas y bosques. No dejan sitio ni para enterrar a los muertos:

—Si quieren sembrar, siembren en macetas.

Matones y leguleyos se ocupan del despojo, mientras los devoradores de comunidades escuchan conciertos en sus jardines y crían caballos de polo y perros de exposición.

Zapata, caudillo de los lugareños avasallados, entierra los títulos virreinales bajo el piso de la iglesia de Anenecuilco y se lanza a la pelea. Su tropa de indios, bien plantada, bien montada, mal armada, y crece al andar.

1918
Ciudad de México

La nueva burguesía nace mintiendo

—Luchamos por la tierra —dice Zapata— y no por ilusiones que no dan de comer… Con elecciones o sin elecciones, anda el pueblo rumiando amarguras.

Mientras arranca la tierra a los campesinos de Morelos y les arrasa las aldeas, el presidente Carranza habla de reforma agraria. Mientras aplica el terror de Estado contra los pobres, les otorga el derecho de votar por los ricos y brinda a los analfabetos la libertad de imprenta.

La nueva burguesía mexicana, hija voraz de la guerra y del saqueo, entona himnos de alabanza a la Revolución mientras la engulle con cuchillo y tenedor en mesa de mantel bordado.

1919
Cuautla

Este hombre les enseñó que la vida no es sólo miedo de sufrir y espera de morir

A traición tenía que ser. Mintiendo amistad, un oficial del gobierno lo lleva a la trampa. Mil soldados lo están esperando, mil fusiles lo voltean del caballo.

Después lo traen a Cuautla. Lo muestran boca arriba.

Desde todas las comarcas acuden los campesinos. Varios días dura el silencioso desfile. Al llegar ante el cuerpo, se detienen, se quitan el sombrero, miran cuidadosamente y niegan con la cabeza. Nadie cree: le falta una verruga, le sobra una cicatriz, este traje no es el suyo, puede ser de cualquiera esta cara hinchada de tanta bala.

Secretean lento los campesinos, desgranando palabras como maíces:

—Dicen que se fue con un compadre para Arabia.
—Que no, que el jefe Zapata no se raja.
—Lo han visto por las cumbres de Quilamula.
—Yo sé que duerme en una cueva del Cerro Prieto.
—Anoche estaba el caballo bebiendo en el río.

Los campesinos de Morelos no creen, ni creerán nunca, que Emiliano Zapata pueda haber cometido la infamia de morirse y dejarlos solitos.

Memoria del Fuego III. El siglo del viento.