lunes, enero 23, 2012

Entre el dolor y la pesquisa (I)

Daniel de la Fuente

El crepúsculo se vertía ese sábado 13 de noviembre del 2010 cuando el matrimonio formado por David Ibarra Ovalle y Virginia Buenrostro Romero llegó al ejido La Esperanza, en Cadereyta Jiménez, con miras a descansar en su finca hasta el asueto del día 20.

De 56 y 52 años, respectivamente, la pareja arribó antes a un negocio de la comunidad por algo para cenar. Les pareció extraño ver la zona tan desolada, pero no preguntaron acerca de ello. Tampoco nadie les dijo que un comando llevaba días en su finca. Se enteraron hasta que llegaron a ella y los recibieron entre la penumbra unos 18 sujetos que los encañonaron incluso con mirilla láser.

"A ustedes los estábamos esperando", dijo uno cuando Virginia y David se identificaron como propietarios. A su vez, los del grupo se hicieron pasar por ministeriales, lo que la pareja no creyó por la imagen desaliñada de los individuos, por sus camionetas suntuosas y sus placas de Coahuila y Tamaulipas.

Una mujer les tomó sus datos y los de sus familiares. El resto los despojó de cartera, bolso y celulares, les puso esposas y los encajueló en distintas camionetas tipo Suburban.

Así estuvieron tres días.

"Sin tomar agua, sin comida, encajuelados en un metro, medio metro, tapados... Fue un infierno", describe sereno pero con amargura David, moreno, de bigote blanco al igual que su escaso cabello. Virginia, de menor estatura que él, y con el cabello aún más blanco, asiente en silencio y mira al piso.

Sin saber uno del otro, cuentan que no les quitaron las esposas ni para ir al baño y que debieron permanecer bajo toallas, aunque eventualmente pudieron ver hacia el exterior y escuchar el día a día de aquella pandilla.

Por ejemplo, se percataron de cómo los delincuentes suelen entregar despensas entre comuneros para que les informen sobre el paso del Ejército.

En otra ocasión, Virginia escuchó que uno de los delincuentes preguntó por el contenido de cinco sobres amarillos que traían en uno de los vehículos, a lo que uno de los líderes se los arrebató y le dijo que dejara ahí, que era dinero para los federales.

"De hecho, se vieron con ellos en un Oxxo cercano a la finca, porque los escuché que les estaban dando los sobres. Eso fue el 14 de noviembre", cuenta Virginia.

"Estaban drogándose todo el día, pero lo que más me angustiaba era no saber de mi esposo".

Durante su cautiverio, en el que permanecieron todo el tiempo en las camionetas, las cuales salían y entraban a su quinta, llegó otro grupo armado en el que venía un líder que regañó al resto por no traerlos vendados, sólo tapados con toallas. En eso David preguntó por su esposa y ese líder le dijo que estaba bien, pero que al final los iban a matar a los dos porque ya estaban viejos.

"¿Qué puedo hacer?", les contestó con rencor el hombre. "Estoy en tus manos", por lo que recibió varios golpes por "responderle en mal tono al comandante".

Como si el dolor no bastara, la pareja reconoce que vivió mucha angustia al no saber qué harían aquellos maleantes con sus familiares en cuanto éstos decidieran buscarlos ahí.

"Que no nos busquen", pensaba David. "Que no vengan".





El 15 de noviembre, un convoy de cinco vehículos salió del ejido La Esperanza y tomó rumbo a San Juan, dejando a otra quincena de sicarios en la finca. El comando en tránsito, en cuyos vehículos iban Virginia y David, seguía visitando a comuneros a los que pedían información sobre movimientos militares a cambio de protección y despensas.

No llevaban mucho recorrido cuando en la curva de una brecha se dio el topetón con militares. Algunos vehículos pudieron huir, entre ellos el del líder, en tanto los pasajeros del resto hicieron frente a los soldados.

"Las camionetas en las que íbamos mi esposa y yo intentaron dar reversa, pero la gente ya no pudo hacer nada y unos salieron corriendo", describe David.

"Los soldados mataron a dos, fue terrible; sentíamos que las balas pasaban bien cerquita".

Al final del enfrentamiento, los soldados se aproximaron a los vehículos y encontraron en ellos a David y Virginia esposados, débiles por los tres días sin agua ni alimento, y muy angustiados.

Cuando la pareja se miró ni uno dijo palabra, como si hubieran salido con vida del infierno.

"'¿Por qué no los siguen? Mira cómo nos traen'", le dijo David a un soldado cuando le contó que eran secuestrados, pero el oficial le dijo que no porque podían herir a alguien.

"¿A quién vas a herir? Es puro monte, no hay casas", expresó.

Por más que rogaron que los dejaran ir, que eran secuestrados y que debían avisar a sus familias para que no fueran a la finca porque ahí se habían quedado más delincuentes, los militares no hicieron caso.

"Le decía al que parecía el oficial a cargo: 'Préstame el teléfono para hablarle a mis hijos, ellos no saben de todo esto y se quedó gente en la finca...'. Nunca me lo prestaron ni hablaron ellos".

Esposada y sin alimentos ni líquidos, la pareja esperó horas la llegada del Ministerio Público. Al cabo, fue conducida a la PGR.

David y Virginia fueron internados en celdas con otros delincuentes, aún sin poder hablar con sus familiares.

"Nos sentíamos desamparados, solos y heridos", dice Virginia.

El matrimonio sólo fue dejado en libertad la tarde del 16 de noviembre. Después se enterarían que quizá a la misma hora en que se dio el topetón con el ejército, su hija Jocelyn Mabel, de 27 años, y su novio José Ángel Mejía Martínez, de 28, llegaron a la casa en Cadereyta y fueron tomados por el narco.

El mismo destino tuvo el chofer de la empresa familiar, Juan Manuel Salas Moreno, de 41 años, quien quizá presionado por algún cliente para que le hiciera llegar cuanto antes una carga prometida, acudió por el camión a la propiedad de Virginia y David.

Cuando al fin el matrimonio se pudo comunicar con la familia, un hermano de David les dijo que él ya había ido a la finca, pero que sólo estaba el Ejército. Los sicarios se habían llevado a la hija, al yerno y al empleado.

No hay palabras, dice él, dolorido, para describir lo que sintió al saber esto. Todos, añade, autoridad y maleantes, pusieron su parte para que esto sucediera.

Acaso, la imagen que pasó por su mente en ese momento fue lo que se escuchaba cada 200 ó 300 metros de la radio incautada a uno de los maleantes cuando los soldados los llevaban a él y a su mujer por aquella soledad de tierra oscura hacia la PGR: "A'i va el convoy, a'i va el convoy".





Ante la desaparición de su hermana, David Joab Ibarra Buenrostro, de 28 años, pidió permiso en la empresa en la que trabajaba como ingeniero en sistemas, en Puebla, y decidió venir con la familia a Nuevo León.

Ya aquí, él y su familia recibieron llamadas por la liberación de los secuestrados, negociación de la que se hizo cargo el muchacho. El que hablaba por parte de los maleantes era el líder que los soldados dejaron escapar por el monte de Cadereyta Jiménez.

David Joab habló con su hermana, quien le dijo que estaba bien, y aceptó llevar lo que le pedía el delincuente: una cantidad en efectivo y la papelería de camiones del negocio familiar.

El matrimonio le rogó que no aceptara, pero el muchacho estaba decidido a ir por su hermana.

Los delincuentes lo fueron guiando vía telefónica. David le decía también por teléfono que volviera. La señal se perdió hacia las cero horas del 19 de noviembre. Y no volvió.

David se resistió a que el Ejército acompañara a su hijo, porque en la Marina le dijeron que, de llegar con él, ellos "actuarían".

"No, quiero traérmelos vivos", contestó, por lo que sin opción David Joab decidió ir solo. Desde entonces, no ha habido noticias.

Con el apoyo de un superior de la Marina y entregando dinero a informantes, la familia ha conseguido datos diversos sobre el caso, los cuales han entregado al grupo antisecuestros de la Ministerial, pero ha sido en vano para recuperar a sus seres queridos.

Están aprehendidas 13 de las cuando menos 30 personas que la pareja sabe que participaron en su secuestro y en el de sus hijos, el joven yerno y el chofer. Los detenidos, los cuales fueron capturados con identificaciones y tarjetas de los desaparecidos, han dicho que los rehenes fueron asesinados y sus cuerpos sepultados en la finca, pero una inspección del lugar por parte de los soldados no dio resultados.

Luego, como en juego perverso, los han mandado a otras partes por sus hijos. Lo mismo.

"Incluso hace poco fui a mi propiedad con la Sedena y el Ministerio Público para recabar unas evidencias y nos dimos cuenta de que esta gente sigue llevando personas para torturar, porque encontramos un colchón con coágulos de sangre aún fresca".

El matrimonio está desesperado ante la apatía de la Procuraduría estatal. En las reuniones a las que han acudido con miembros de CADHAC, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y el Estado, el titular de aquella dependencia, Adrián de la Garza, muestra expedientes con pistas que ellos mismos entregaron. Cuando se le reclama, el funcionario guarda silencio.

"En las reuniones con Javier Sicilia habíamos estado pidiendo a la Procuraduría sábanas con los números de las llamadas que recibimos durante los días que pidieron rescate por nuestros hijos, y como de risa loca nos entregaron sábanas pero de junio del 2011. ¿De qué sirve?".

Hallaron el tractocamión que traía el chofer en una compañía de transportes, pero no se hizo nada contra el dueño de la misma. De igual manera con una mujer que encontraron conduciendo la camioneta en la que iba la hija de la pareja. La traía con armas, droga e infinidad de documentos de personas plagiadas. La liberaron en 15 días.

Por si fuera poco, han escuchado testimonios de familias de otros desaparecidos a los que, a la hora de poner la denuncia, la propia Ministerial las disuade de hacerlo con el argumento de "que la cosa se puede poner peor".

"Que hagan hablar a esa gente, que digan qué hicieron con nuestros seres queridos, dónde están", reclama David, indignado. "Este problema es de trata de personas, porque son puros jóvenes los que se llevan, no pasan de 30 años".

El matrimonio y el resto de su familia han vivido los peores días. Han tenido que andar por calles y ciudades peligrosas en busca de pistas. Nada, sin embargo, ha hecho la autoridad para dar al fin con el paradero de su hijos.

"Nos han destruido", lamenta David. Los han pisoteado donde más duele y se ensañaron con ellos, pero hoy el matrimonio lucha por mantener en pie a su familia y, para ello, hará lo posible para dar con sus hijos. Nada los detendrá.

"La gente tiene miedo, pero en nuestro caso se nos dio una segunda oportunidad de vida. En este sentido, el miedo sobra".

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