domingo, julio 03, 2011

Carta de Otilio Cantú....¿Nos acostumbraremos?

Sr. Felipe Calderón Hinojosa, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos:

Con el debido respeto que me merece su investidura, y reconociendo que su labor es titánica y que no sólo depende de usted, sino de una política integral que abarque todos los problemas en su conjunto en esta guerra contra la inseguridad, y que cada uno de nosotros desde su trinchera cumpla su cometido, incluyendo sobre todo los tres órdenes de Gobierno para que se hagan cumplir las leyes que rigen los Estados Unidos Mexicanos, me permito dirigirme a usted.

No pretendo darle soluciones a su estrategia de seguridad porque no soy experto ni perito. Yo sólo soy médico y represento a una familia que cree en México y quiere seguir creyendo en sus instituciones, sin embargo, por lo que observo me parece que algo está fallando y debe reconsiderarse. Muchos peritos mexicanos y extranjeros, especialistas, así lo consideran.

Caso Jorge Otilio Cantú Cantú: el lunes 18 de abril del 2011, mi hijo salió de nuestra casa como un día laboral más a las 5:30 de la mañana sin imaginarse, ni imaginarnos, que 15 minutos más tarde estuviera siendo acribillado y masacrado por un grupo de fuerzas especiales pertenecientes al Ejército Mexicano solicitadas por el Gobierno del Estado de Nuevo León y enviadas como apoyo en la lucha contra la delincuencia.

Aproximadamente a las 7:30 llegó a mi casa un grupo de servidores públicos que se identificaron como agentes ministeriales con la dolorosa información de que, de acuerdo con las pertenencias que encontraron, nuestro hijo había fallecido en un enfrentamiento con las fuerzas especiales que repelían una agresión y que debería acudir al anfiteatro a reconocer su cuerpo.

Se manejaron numerosas hipótesis, que mi hijo había disparado, que fue un fuego cruzado en una persecución a un carro Mazda, que tenía una arma, etc. Hasta el acta de defunción fue falseada ocultando los balazos que a quemarropa le propinaron en su cara.

El 19 de abril, el Procurador de Nuevo León, Adrián de la Garza, tuvo que salir ante los medios para dejar claro que los primeros peritajes arrojaban que mi hijo nunca disparó y que todos los disparos, más de 40 por cierto, habían sido de afuera hacia adentro.

Poco a poco, ante mi insistencia y las pruebas periciales, fue saliendo la verdad. No hubo ningún fuego cruzado ni seguían a ningún carro Mazda, como argumentaban las fuerzas castrenses destacamentadas como apoyo a la Policía Estatal, camuflajeadas como policías estatales. No, no hubo ningún fuego cruzado: fueron sobre él a una orden de un Capitán Segundo de Infantería, de nombre Reynaldo Camacho, que ahora ni aparece como protagonista.

Más de 15 disparos de armas de grueso calibre dieron en el cuerpo de mi hijo, pero no contentos con su barbarie todavía ya masacrado tuvieron la sangre fría, como cualquier sicario común, de propinarle cuatro balazos en su cara, para luego sembrarle un arma y casquillos percutidos en el intento de disfrazar su fechoría y hacerlo pasar por delincuente.

Pero no contaron con que Jorge Otilio no era huérfano, que su familia lucharía para que se esclareciera el caso, y que la Procuraduría y sus peritos actuarían conforme a Derecho y después de un arraigo y peritaje juicioso se encontraron elementos suficientes para ser consignados siete elementos ante un juez que les dictó auto de formal prisión por homicidio calificado y actos cometidos en la administración de justicia.

Entonces entró su defensa solicitando la atracción a la justicia militar. La jueza tuvo que declararse incompetente para seguir el juicio, sin embargo, el 1 de junio, después de dos semanas, el juzgado militar que solicitó llevarse el caso lo devolvió argumentando también incompetencia y deberá ser ahora un Tribunal colegiado el que resuelva quién tendrá que juzgarlos.

Hasta este momento, 28 de junio, 27 días más, el Tribunal colegiado todavía no se pronuncia.

Me indigna el desconcierto que provoca no saber nada en el aspecto judicial por el secretismo y el ocultamiento que utiliza como estrategia la propia Sedena. Ahora, al parecer, de acuerdo con un medio de comunicación, me entero ayer que después de 70 días el "Tribunal Castrense instruye la causa penal 239/2011 con motivo del fallecimiento del civil Cantú Cantú, la cual se encuentra en etapa de instrucción".

Lamento profundamente no haber estado presente y compartir esa experiencia enriquecedora en el encuentro el pasado 23 de junio en el Alcázar de Chapultepec. Motivos de salud me lo impidieron estando yo ya en la Ciudad de México; sin embargo, me congratulo por los términos en los que se dio de parte de usted, Sr. Presidente, y algunos miembros de su gabinete con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que encabeza el poeta Javier Sicilia, y que yo comparto ampliamente; encuentro que para muchos mexicanos parecía imposible.

Me permito de nuevo, respetuosamente, plantearle las siguientes reflexiones y preguntas:

1.- Usted pidió perdón ante la exigencia del Sr. Sicilia de que debería hacerlo por las muertes de víctimas e inocentes que ha dejado su combate y el de su Gobierno contra la delincuencia organizada.

Usted pidió perdón, sí, pero defendió su estrategia refiriendo que se debería pedir perdón, pero por no proteger a las víctimas a manos de los criminales y por no actuar sobre ellos con la celeridad debida, y que son los que están matando a estas víctimas.

No me arrepiento de enviar las Fuerzas Federales a combatir a los criminales, concluyó usted, y yo le pregunto: ¿qué no son igual de criminales las Fuerzas Federales que masacraron a mi hijo Jorge Otilio y que envió de apoyo a Nuevo León? y, ojo, no se vaya a confundir, no estoy generalizando, pero no es el único caso en el que soldados infringen sus códigos de honor y denigran así su prestigio y su presencia.

2.- ¿Cree usted que estos servidores públicos, destacamentados como apoyo, son sometidos a pruebas toxicológicas al menos al salir a sus operativos, porque una persona normal en su sano juicio no puede ni debe cometer actos de barbarie semejante? Usted insiste en las pruebas de confianza.

3.- Como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, ¿de verdad usted piensa que el Ejército fue capacitado correctamente para una lucha de tal envergadura antes de exponerlo a que su trabajo ahora se encuentre en entredicho para muchos ciudadanos y analistas sin haber antes enmarcado su presencia civil legalmente?

4.- ¿Considera que se deberá juzgar conforme a Derecho con la autoridad judicial competente, la militar o la civil, por un crimen artero contra un ciudadano indefenso con todas las agravantes de la ley, alevosía, ventaja, cobardía, saña, en el caso particular de mi hijo?, ¿qué caso tenía desfigurarle su cara dándole cuatro balazos más a quemarropa cuando ya lo habían asesinado y además ocultarlo al no describirlo en el acta de defunción?

Por qué estar dejando transcurrir el tiempo, ¿será para que pase a la memoria dolorosa de un inocente muerto más en esta guerra insensata y cruel asesinado por las Fuerzas Federales... por error?

5.- ¿Le será tan difícil al Tribunal colegiado tomar una decisión que podría reivindicar al Poder Judicial tan criticado en últimas fechas por algunas decisiones ampliamente cuestionadas?, ¿no le parece una oportunidad?

6.- Nuestra Constitución refiere que la justicia debe ser rápida y expedita, ¿le parece a usted que sucede en éste y muchos de los casos que se le plantearon en la reunión en el Alcázar de Chapultepec, por no decir que en todos?

Tanto a mí, como a usted, y le aseguro que a todos los mexicanos, Sr. Presidente, nos duelen las muertes de todos nuestros compatriotas, las de los migrantes aquí y más allá de nuestras fronteras, las de los soldados y marinos, las de los policías y soldados honestos ocurridas en el cumplimiento de su deber, y la de todos los ciudadanos y ciudadanas que nombró en su discurso, pero me aterra el no reconocer que los "malos" también están dentro de las instituciones del Estado y que se hace poco o nada para enmendarlo, teniendo las herramientas y medios a su alcance para lograrlo.

Señores del Ejército, yo sé y lo sabemos todos, que dentro de sus filas hay muchos, muchos mexicanos que dan y han dado su vida por la Patria; también sé que los lanzaron a las calles para una labor que ustedes desconocían y no fueron capacitados correctamente para tal función, pero ahora ustedes deben devolvernos la certeza de que realmente custodian la Nación y resguardan a los hijos de nuestra Patria.

No permitan que en sus filas se permee la corrupción, la impunidad y la complicidad, recuerden que un uniforme y un arma no les da derecho a tirar a matar a cuanta persona les resulte sospechosa, ahora más que nunca, por el respeto a los derechos humanos, ¡de los humanos!, deben obligarse a evitar tragedias como la sucedida a Jorge Otilio.

Para que la muerte de nuestro hijo no haya sido en vano, respeten por favor los códigos de honor que enorgullecen y enaltecen las Fuerzas Armadas. No nos traicionen.

Por último, Sr. Presidente, ¿nos acostumbraremos a la ausencia de nuestro hijo? ¿Se acostumbraría usted, Sr. Presidente? Ni nosotros ni todos los padres agraviados olvidaremos jamás las injusticias, no de la vida, sino de las autoridades carentes de interés para resolver los crímenes, ya sea por dolo, por impunidad, por corrupción, por ineptitud y/o por fuero.

Como corolario, le comparto un pensamiento del periodista Roberto Blanco Moheno, que me lo hizo llegar un paciente y amigo mío de muchos años:

Yo no cambio ni todo el oro del Sha de Irán,
ni todos los petrodólares de los Emiratos Árabes Unidos,
ni los verdes billetes del vecino país del norte
por la sola mirada de uno de mis hijos.

El 18 de abril del 2011 no sólo asesinaron cobardemente y le truncaron la vida a un joven inocente. Destruyeron el corazón y la vida de una familia mexicana. Este 2 de julio del año en curso mi hijo habría cumplido 30 años de edad.

No nos defrauden.

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