jueves, abril 08, 2010

31 de marzo, crónica de un robo: o como los diputados entregaron nuestro bosque

Ximena Peredo
Para la incansable Denise Alamillo


BITÁCORA DE UNA ACTIVISTA

Es difícil reseñar una función que duró más de 12 horas y que tuvo tantos picos y nudos en su desarrollo, pero lo intentaré. Pero antes de eso, un preámbulo: la ciudadanía durante todo el acto, tuvo una posición de dignidad ante los tratos humillantes que recibió. En la repartición de papales le tocó interpretar el más difícil, el de quien es amenazado con la expulsión si no sonríe al tragar mierda. La política reclama que después del garrote demos las gracias, pero los miembros del Colectivo Ciudadano en Defensa de la Pastora que estuvimos ahí terminamos por vomitar ante el platillo que nos ofrecían.

10:30 am. El Colectivo se comienza a reunir en el hasta bandera del atrio del Congreso. De nuevo, éramos más de 50 personas. Cada uno tomó el nombre de algún diputado al que le haríamos marcaje personal. A mí me tocó “Tomás Montoya, del PRI”; de pronto, espontáneamente empezamos a gritar el nombre del diputado que nos tocó, y el resto contestaba “¡marcaje personal!”. Fue un momento de sincronía. De esos instantes privilegiados que viven los grupos organizados, que se respetan y se admiran mutuamente.

11 am. Nos formamos en un fila para entrar el recinto. Sin novedades en la entrada: todos pasamos, -aunque esto, hay que decirlo, fue producto de varias luchas anteriores con el personal de seguridad del Congreso. En galera nos dimos cuenta que aún no había butacas, que los clavos seguían expuestos (del Colectivo a varios compañeros se les rompieron los zapatos) y que el barandal del lado derecho, que ocupábamos, estaba bloqueado por los respaldos apilados de las butacas. Así que ni asomarnos a los leones podíamos. En la sesión la diputada del PRI, Sonia González, y el diputado Homar Almaguer, del PT, dirigieron dos discursos ambientales, hablaron de la importancia de los árboles y de los bosques. Los del Colectivo no dábamos crédito de la hipocresía con que se atrevían a enarbolar la causa ambiental cuando que horas después apoyarían la pérdida de 25 hectáreas de espacio verde. Pero en fin, aquí la nota se la llevó uno de nuestros compañeros que a Almaguer le gritó: “¡Duendecillo del bosque!”, la verdad es que esta puntada me hizo reír con ganas, pues la tensión era mucha y la frase era contundente pero respetuosa. Gracias a que comenzamos a grabar con nuestras cámaras las condiciones físicas de la galera y a que una compañera se dedicó a marcar cada uno de los clavos para protección del resto, la Coordinación de Seguridad levantó dos horas después los muebles que invadían el espacio de la ciudadanía y sobre los clavos colocaron una cinta amarilla. Después de dedicarse a leer dictámenes por más de cuatro horas, sin que al menos dos diputados al mismo tiempo estuvieran poniendo atención, y viendo a la Secretaria de la Mesa Directiva luchar contra el efecto de las soporíferas palabras de los oradores, decidimos bajar a investigar qué estaba pasando. Fuimos a las Previas del PAN, Héctor Camero, Nacho Zapata, Claudio Tapia y yo. Por fortuna dentro de la sala encontramos al diputado Alfonso Robledo, quien en todo momento se manifestó en contra de que el estadio se construyera en la Pastora. Sin embargo, al preguntarle sobre la posibilidad de que la votación se realizara ese día, noté que Robledo debilitaba su postura. Lo confronté cuando dijo que su postura siempre había sido un sí condicionado. Le recordé que su principal condición era que el estadio se construyera en otra parte, a lo que no le quedó más que asentir. Como testigos panistas estaba su Coordinador de Medios y el Diputado Víctor Fuentes, sonriente en todo momento. Les dije: “no nos vayan a jugar el dedo en la boca, diputados”; traté de desenmascararlos con preguntas, pero Robledo no soltó prenda. No se atrevió a confesar que ya había aceptado pactar y aprobar el estadio. No pudo por vergüenza o por cinismo, eso nunca lo sabremos. Salimos de Previas confundidos. Algunos decían que estaba confesando, yo no quise creer esto.

Regresamos con los compañeros que permanecían en galera. Ya nuestros rostros estaban cansados, no habíamos comido, y resulta muy desgastante –emocionalmente- asimilar lo que uno observa en el Congreso. Es un golpe moral fuerte que sólo entendemos si asistimos a una sesión. Es una cubetada helada de realidad: es ver al País secuestrado por los partidos-empresas-mafias. Estos son otro tipo de cárteles, contra los que pocos alzamos la voz.

Hicimos roles de vigilias. Algunos compañeros regresaron a sus casas a descansar, otros fuimos a comer y otro grupo se quedó observando, a la espera de ser reemplazados. En ese lapso, mientras comíamos apresuradamente unas tostadas de ceviche del Vita-Mar, fue que el honorable congreso decidió darse una pausa y llamar a receso. Esto sirvió para que los compañeros que habían permanecido en Congreso salieran a comer unos tristes sándwiches del Seven. Nos encontramos de vuelta en galería. Nos entretuvimos de diferentes maneras mientras esperábamos novedades legislativas. Yo me dediqué a entrevistarlos con una cámara de video. Les preguntaba qué significa para ellxs esté lugar –el Congreso y qué opinión tenían de los diputadxs. Las respuestas pronto las editaré para compartir el video, pero este ejercicio me hizo recuperar la energía. Escuchar la lucidez de cada uno de los compañeros levanta muertos. Al escucharlos confirmé mi credo.

Horas después nos enteramos de que las comisiones por fin sesionarían para votar el dictamen. Décimo piso, sala Fray Servando Teresa de Mier (y el libertario cura revolcándose en su tumba), una comisión del grupo subió. Nos detuvieron en la puerta. El personal de seguridad nos dijo que entraríamos una vez comenzada la sesión. Esperamos. Mientras tanto entraban a la sala un montón de personas, desde prensa hasta asesores, secretarias, diputados. A los legisladores les decíamos que no nos dejaban pasar, ellos nos contestaban alzando los hombros. El día anterior, en sesión del pleno y a propuesta del prisita Héctor Morales, se aprobó que la reunión de comisiones fuera secreta, a espaldas de la ciudadanía. Esto lo aprobaron también los panistas, vale la pena señalarlo. Sin embargo, en la propuesta de Morales se especificó que una comisión de ciudadanos pasaría a la sesión, situación que nos fue negada. Por más que insistíamos a los diputados que ingresaban a la sala que no participaran en una sesión que prohibía el paso a la ciudadanía, éstos terminaron ignorándonos. Por eso nos quedamos afuera de la sala, viendo cómo entraban otras personas y cómo algunos salían para tomar aire pues la atiborrada sala se convirtió en una cueva infernal, de la que la gente salía empapada en sudor. Al terminar la sesión, que duró poco más de una hora, reclamamos a los diputados el habernos dejado afuera. Les llamamos traidores, pero ninguno contestó. Algunos salían con la mirada al piso. El dictamen había sido aprobado por unanimidad.

La sesión del pleno se reinstalaría, así que bajamos tan rápido como pudimos para tomar nuestro lugar en galería. Nuestra sorpresa fue que de nuevo los elementos de seguridad del Congreso, ahora acompañados de policías estatales, nos negaban la entrada. ¡No lo podía creer! En ese punto estaba yo en todos los sentidos desgastada. Mi rostro estaba desencajado y mis palabras se habían escondido dentro de mí. No podía hablar ya. Me sentía lacia, como decía mi abuela cuando la energía nos ha abandonado. Pero de pronto, la ira me invadió completamente, por eso traté de cerrar todos mis escapes: no hables, Ximena, me decía. Temía desbordarme en lágrimas y contagiar al grupo de mi desolación. Fue entonces que algunos diputados entraron por la misma puerta que se nos cerraba a nosotros. Los compañerxs les decían: “¡No nos dejan entrar!”, pero ellos parecían congratularse con nuestra situación. Adentro, en el lobby algunos compañeros nos veían y gritaban: “¡Déjenlos pasar! ¡déjenlos pasar!”. Viendo a uno de los compañeros que estaban adentro tuve unas incontenibles ganas de llorar como viuda. Sergio es un padre de familia ejemplar, tiene tres hijos, es vecino de Guadalupe, cargaba su maletín del trabajo con una mano, y bajo el brazo llevaba algunas pancartas nuestras enrolladas. Me conmovió profundamente su imagen. La imagen nuestra, la de los ciudadanos luchones, la de los trabajadores de tiempo extra, la de los papás preocupados por el futuro de sus hijos. A él y a su esposa Malena los admiro de corazón: llevan a sus hijos a las juntas y a las marchas, forman en ellos el sentido de comunidad. En fin, todo eso pensaba viendo a este compañero. A punto de ponerme a chillar de la desesperación por el castigo que recibíamos por disentir dignamente, llegó un compañero, Uriel, otro ciclista urbano, que nada más de verme el rostro decidió abrazarme con un brazo, un apapacho de compañeros, de camaradas, sin decir palabra lo dijo todo.

Uno de los diputados que suponemos sintió más culpa por haber aprobado el dictamen y luego el decreto, fue Víctor Fuentes, el sonriente. Tal vez por culpa fue que se comprometió con nosotros a liberar nuestra entrada. Lylia le aclaró que ella nunca había creído en él pero que había otras personas, señalándome, que estaban claramente desilusionadas. Fuentes, cínico, me miró para espetar: “pero si ella no me conoce”, esto valió para que le contestara: “exactamente, ahora ya lo conozco”. Sonrió, qué más. Al poco rato volvió con la buena nueva de que, gracias a sus gestiones, podíamos pasar. Salió a decir esto esperando una estrellita en la frente pues seguro está acostumbrado a tratar con ciudadanos que no conocen sus derechos y por eso agradecen cuando hay justicia. Víctor Fuentes me llama por mi nombre desde la puerta abierta: “Ximena, ¿quieres pasar?”, yo me le quedo viendo, él repite: “¿Quieres pasar o no?”, nos acercamos a la puerta pero le digo: “Pasar es nuestro derecho, no una concesión suya, no tenemos nada qué agradecerle”. Fuentes pone cara de Uuuuuta, con nada les doy gusto, ingratos.

9 pm. Nos reunimos con nuestros compañeros, que nos dan la bienvenida. Pasamos a galería. Somos más de treinta personas. Estamos por cumplir 12 horas en el Congreso. Miércoles santo para los católicos, oscuridad en la calle: la gente de vacaciones, los diputados sesionando, había razones para sospechar. En ese entonces ya todos sabíamos que el PAN aprobaría el decreto, sólo la perredista María de los Ángeles mantenía su postura ante el despojo del patrimonio público. La sesión se reinicia. Nosotros decidimos tapar nuestra boca con cinta sobre la cual escribimos: “¡Traidores!”, “¡Ecocidas!”, “¡Mentirosos!”. Teníamos la idea de no hablar, de no gritar, de no desmoronarnos frente a ellos., de repudiarlos en silencio. Así fue que mantuvimos un silencio sepulcral –nunca mejor dicho- mientras escuchábamos cómo cuatro diputados priistas daban lectura durante más de hora y media al dictamen. Algo histórico fue que como parte del dictamen se da lectura también a los resúmenes de los documentos que ingresó la ciudadanía al expediente. Leyeron nuestros argumentos y los de otros grupos ciudadanos organizados. En el pleno se escuchó por qué resistíamos a la entrega de patrimonio público a manos privadas, se habló de otros lugares alternativos, de la defensa de los espacios públicos, de la ausencia de utilidad pública del proyecto, de la posibilidad de regenerar un bosque en esas 25 hectáreas, de la posibilidad de construir ahí un vivero, la universidad del desarrollo sustentable, la siembra de hortalizas y huertos, en fin. Fue un logro ciudadano el haber participado en el debate con argumentos sólidos y propuestas. Nosotros cumplimos cabalmente. Héctor Morales fue quien leyó la última parte del dictamen. En seguida vendrían participaciones a favor y en contra, y luego la votación.

La primera en hablar fue la diputada perredista, esposa del líder del partido en el estado, un hombre al que los mismos perredistas repudian por sus prácticas caciquiles en García. María de los Ángeles Herrera leyó un discurso que aglutinaba muchos argumentos válidos para rechazar el proyecto en la Pastora. Lo hizo bien, tal vez causó alguna comezón en los panistas y el petista, pero no en el PRI, mucho menos en Juan Carlos Holguín, único diputado del Partido Verde quien, timorato como pocos, decidió no entrar a la sesión, aunque en muchas ocasiones se comprometió a votar en contra. Al terminar Herrera, pidió la palabra Alfonso Robledo, del PAN; al saber ya que había traicionado su postura, los miembros del Colectivo decidimos darle la espalda, en un acto simbólico de reciprocidad, como repudio al diputado que se cambia al bando contrario al de los argumentos. Personalmente, la pérdida de Alfonso me duele. Sin creer en los partidos, creí en él como persona, en él y en Hernán Salinas, líder de la bancada panista. Pensé que eran diputados excepcionales, pero me hago responsable de mi error. Robledo se levantó a dirigir un mensaje francamente patético. Lo digo con conocimiento del adjetivo. “Vengo a defender a mi partido”, comenzó. Aludió a la “dictadura de la mayoría”, dijo que teniéndola perdida prefirieron modificar un dictamen que como quiera se aprobaría. Pragmático, pensarían algunos. Pero el ave se fue en picada cuando mencionó estas modificaciones, que comprendían los rondines de una patrulla por la zona para alejar a “los rateros”, ¡Vaya, por Dios! ¡Ese sí que es oficio legislativo, Robledo! ¡El PAN nadando en sus propias tibiezas! No me aguanté y grité a todo pulmón: “¡La seguridad es un derecho, no una concesión!”; en tribuna, Alfonso Robledo me contestó: “Si, ta bueno”. Nadie pudo seguir guardando su indignación atrás de una cinta, la mayoría comenzamos a gritarle, sobre todo los vecinos, timados, defraudados por su representante. El Presidente de la Mesa hizo leer a la Secretaria el artículo del reglamento interior del Congreso que exigía a los asistentes guardar el decoro, so posibilidad de expulsión. Nuestro compañero David, contestó señalando a todos los diputados presentes: “¡pues aquí está lleno de criminales!”, “¡Entonces no hay quórum!”, gritó alguien más. Todas nuestras palabras caían sobre los hombros de los diputados y diputadas. En el mejor de los casos generaban en ellos vergüenza.

Después habló de nuevo la diputada, con argumentos similares a los antes dichos. Terminó César Garza, del PRI, quien luciendo la retórica típica del líder sindical gritó voz en pecho y casi desgarrando su garganta, al borde del llano, que él amaba a La Pastora, que había trabajado en la fuente de snack del parque, que se sentía orgulloso de apoyar el estadio que disfrutarían sus hijos. El PRI, la putrefacción política de quien mancha las palabras, de quien sonríe y baila tragando mierda. El PRI es un recordatorio permanente de lo que podemos llegar a ser si aprendemos a pactar y a doblar nuestra conciencia.

El Presidente de la Mesa Directiva volvió a amenazarnos con la expulsión. El Coordinador de Seguridad, Fernando Pérez, estaba atrás de nosotros. Yo le pedía de favor que se moviera de mi espalda, que me incomodaba, que se hiciera a los lados. Mientras tanto, tuve una discusión con algunos perredistas que subieran a galería a colgar una manta sobre el espacio que estábamos ocupando. Les pedí de favor que se movieran, que no se colgaran en un movimiento ciudadano apartidista, pero los chicos se negaron. Así fue que bajamos a hablar con el coordinador de prensa, quien nos ignoró. Al subir volvimos a pedirles que se retiraran, pero la persona que recibía llamadas que lo hacían gritar consignas, me dijo que teníamos las miras muy cortas y que cuánto me pagaban por reventar el movimiento. Me dio risa su pregunta, me pareció una proyección clara de la conciencia de mi interlocutor. Pero no me molesté siquiera en discutir el punto. Simplemente me alejé.

Héctor Gutiérrez de la Garza, pastor del rebaño, propuso al pleno la votación nominal, es decir, que cada uno de los diputados se pusiera de pie para dar su nombre y el sentido de su voto. El gesto fue una probadita de su poder. Obligó a los panistas, que tenían la cola entre las patas, a que se levantaran frente a nosotros a traicionarnos. El PRI quería verlos así, sumidos, humillados. El espectáculo fue desastroso. Un suicidio en grupo. Los panistas besaron la mano de Gutiérrez de la Garza para luego, con la voz muerta, decir: “A favor”. Pero a los panistas se les salió un diputado de control: Arturo Benavides, quien junto a María de los Ángeles, votó en contra, rompiendo el poder del bloque. Evidenciando la cobardía del resto.

Cuando la Secretaria leyó los resultados, con sólo dos votos en contra y una abstención del timorato Homar Almaguer, del PT, los priístas se pusieron de pie a aplaudir. Mientras el PRI lucía ganador, los panistas se sumían en sus sillas. “¡Aplaudan!”, los instábamos, “¡únanse a la fiesta del PRI!”; “¿por qué no festejan?”; pero los panistas se mantenían impávidos en sus asientos. Sin mover siquiera la cabeza.

De camino al Nuevo Brasil, en donde cenamos y brindamos con una cerveza Victoria, por la ciudadanía que lucha, pensábamos en la política. En la carrera de todas las personas, hay un punto en el camino que se bifurca: formas parte de la corrupción o no. La corrupción no es sólo recibir dinero, es violentar los principios, es apalear a la conciencia, es obedecer ciegamente, es rajarse por dentro a cambio de favores, es ceder a presiones y también es recibir dinero. Yo, cruzando la Explanada de los Héroes, me dolía con los amigos por el duelo personal que atravesaba por haber creído en Hernán y en Alfonso.

En la cena recuperamos los mejores momentos de la jornada, nos reímos, evaluamos. Nuestro objetivo nunca fue que el Congreso se negara a entregar a FEMSA las 25 hectáreas de espacio público; si así hubiera sido, hoy estaríamos todos metidos en cama, envenenados de ira y de frustración.

Nuestro objetivo es construir ciudadanía, generar reflexiones, debatir con la élite política, mejorar nuestras prácticas de convivencia social, llamar a cuentas a los representantes, dignificar a la ciudadanía como soberana.

Por eso, ese día nos sentimos vencedores, por eso pudimos dormir como lirones.

Y, los diputados, ¿qué tal durmieron?

No hay comentarios.: