viernes, enero 05, 2007

Golpe de efecto

EPIGMENIO IBARRA:

Entre aquella imagen de Boris Yeltsin montado en un tanque arengando a la multitud en la Plaza Roja de Moscú y la de Felipe Calderón en traje de fatiga visitando a las fuerzas militares que operan en Michoacán pueden establecerse, en un ejercicio lúdico-trágico, más nexos de los que cabría imaginarse y es que entre la desaparición del régimen soviético y la derrota del PRI en las elecciones presidenciales del año 2000, hechos que marcan el fin de regímenes autoritarios casi octogenarios, existen, más allá de ejercicios de cualquier tipo, paralelismos de los que debían haberse ocupado, a profundidad y desde hace tiempo, aquellos que en nuestro país pretenden protagonizar el proceso de transición a la democracia.

Yeltsin, con este golpe de efecto, logró mantener la cohesión del, ya para entonces, titubeante Ejército Rojo; pilar del régimen soviético y evitar un golpe de Estado. Gracias a esto Gorbachev se mantuvo en el poder sólo el tiempo justo para —vaya paradoja— consumar, luego de la Perestroika, la desintegración de la Unión Soviética. El apasionado defensor de los soviets, Boris Yeltsin, aquel cuya imagen sobre la cubierta del T-55 recorrió el mundo, terminó gracias a la enorme popularidad ganada en esta gesta, por dar la puntilla al régimen autoritario al convertirse en el primer presidente de la nueva Rusia.

Desmantelado el tejido social hilvanado tras siete décadas de poder soviético las mafias, cuya existencia, gracias a los vasos comunicantes secretos con el partido y la clase gobernante, se mantenía en el más bajo perfil se vieron de pronto sin máscaras ni compromisos y entonces, libres, además, de la persecución político-policiaca, se hicieron del control del país. Exoficiales y oficiales en activo de la inteligencia soviética y del Ejército Rojo, funcionarios del partido y del gobierno, aventureros de toda laya se repartieron el país como botín. El tráfico de drogas, de armas, de bienes nacionales, de divisas, de seres humanos se desató a todo lo largo y ancho de ese vasto imperio. Yeltsin embriagado por su popularidad, alcoholizado casi todo el tiempo, no se dio ni siquiera cuenta de lo que sucedía.

Aquí hemos sufrido también a personaje de similar calaña. Afortunadamente, sin embargo, este Yeltsin criollo, más allá de sus bravatas de sacar a patadas al PRI de Los Pinos no tuvo el coraje, ni la capacidad de completar su tarea. Este crimen de lesa democracia perpetrado por el primer presidente democráticamente electo de la historia reciente, aunque postergó las aspiraciones de una transición real y todavía pendiente, nos salvó quizás de una tragedia aun mayor. Si algo debemos agradecer a Vicente Fox es su cobardía. Incapaz, pese a sus continuos arrebatos retóricos, a sus promesas de atrapar peces gordos, de demoler hasta sus cimientos el antiguo régimen terminó sólo convirtiéndose en un remedo del mismo. Más triste, me temo, hubiera sido nuestro destino si a un hombre embriagado por la publicidad, envilecido por su sumisión a la televisión y a los barones del dinero, se le deshace el PRI entre las manos.

Sin embargo, la descomposición, así fuera parcial del sistema, que produce la victoria panista en el 2000. Las sucesivas derrotas del PRI en diferentes estados de la República fueron desmantelando las formas tradicionales de control sobre el crimen organizado. Entre el desempleo y el desamparo los capos comenzaron a repartirse parte del pastel. Todo esto, además, en el momento en que México dejaba de ser territorio de tránsito para los narcotraficantes y se convertía en un enorme mercado disputado, a sangre y fuego, por los diferentes cárteles. Irresponsable y criminalmente Fox, en el marco de su estrategia de intervención en el proceso electoral, se dio el lujo de sacar las manos de territorios como Michoacán y Guerrero que consideraba bastiones de la oposición.

Impostergable era que el gobierno federal empeñara todas las fuerzas disponibles contra el narcotráfico en esas regiones olvidadas. ¿Cuántas decapitaciones más hacían falta? La violencia desatada por los cárteles de la droga, su control territorial y social representan la más grave amenaza contra la seguridad nacional. Que Felipe Calderón, un civil, por más comandante que sea, se vista de militar es hasta impropio. Busca un golpe de efecto; enviar un mensaje pero no por cierto a los narcotraficantes —que son inmunes a este tipo de gestos— sino a los que creen que con mano dura y autoritarismo se construye un futuro mejor. De Yeltsin a Putin, pues, para volver a las analogías.