domingo, septiembre 24, 2006

Un Silencio Revelador

Rafael Segovia en El Norte (extracto)
En primer lugar no hablan, porque hablan mal, de manera torpe, llana, sin ingenio ni gracia, en segundo porque no tienen qué decir. Dejan todo a lo imaginación del auditorio. No pronuncian discursos, recitan adivinanzas. Por ejemplo, la siempre repetida y siempre rechazada política de la mano tendida, de la unidad nacional, de la política del bien común, etcétera. Nadie se lo cree pero siguen insistiendo.

Si a Calderón se le avisó de su falta de legitimidad, no se atrevió a buscarla ante un público que supuso hostil y peligroso, al que debería dominar de tener confianza en su palabra, en su presencia, en su valor. No se trata de machismo, sino de seguridad, de no presentarse siempre rodeado por el Estado Mayor Presidencial, de entrar por la puerta trasera. Así pues, ni discurso ni pueblo, ni explicaciones de ningún tipo, sino sostenerse escondiéndose del público.

La televisión no ha querido mostrar ni por un segundo el Zócalo y las calles adyacentes rebosando de gente. Decir que llenan esa plaza con ayuda de la nómina no se le ocurre más que a quienes han recurrido a ella para llenar la sala el día del cumpleaños del jefe.
No se vio en televisión pero se vio en la prensa. Eso no lo pueden evitar. La prensa es la única garantía informativa que hay en México.

Calderón y sus hombres conocen de sobra los problemas informativos de México, y saben cómo revierten en su contra, hasta llevarle a proclamar: soy el Presidente legítimo. Si leyera de vez en cuando sabría que no se es legítimo porque él lo diga, que lo será cuando lo digan los demás, cuando le crean los otros, cuando la gente se lo crea. Ven las movilizaciones increíbles del Zócalo, que sus amigos buscan desconsiderarlas, se hallan frente a una espontaneidad que los pone enfermos de rabia y de impotencia.

Basta con seguir las informaciones de prensa con cierta atención para advertir el tipo de modelo de sistema político deseado por el PAN, que varía muy poco del existente durante décadas y que mantuvo una paz social fundada en la injusticia también social. El juego político quedó encerrado en la clase política, donde surgían y se resolvían los problemas al mismo tiempo. Las clases llamadas populares estaban excluidas del juego político. Su subida acelerada a un primer plano tomó desprevenido al PRI pero también al PAN. La reacción apresurada y nula de estos dos partidos se advierte en los silencios de Felipe Calderón: no tiene qué decir. Romper su soledad lo ha intentado al buscar una alianza con el PRI, con los hombres y mujeres no siempre presentables y que con su vulgaridad y falta de honestidad ensucian las blancas manos de los panistas.

Tener el valor de ensuciarse ya sería mucho.