Daniel de la Fuente
Israel Arenas Durán ni siquiera había cumplido la mayoría de edad, pero qué edad es ésa cuando se trabaja desde muy chico para ganar los pesos que permiten cooperar para que en la mesa de la casa haya alimento y, si acaso algo queda, para pasar el rato con los amigos.
El viernes 17 de junio pasado, el joven veracruzano de 17 años había ido a dejar un pedido a un señor al que le urgían unas plantas. Iba en compañía de otros tres chicos oriundos de su rancho natal, La Perla, a 10 kilómetros del Pico de Orizaba: Adrián Nava Cid, de 23 años, así como los hermanos Reynaldo y Javier García Álvarez, de 26 y 20 años, respectivamente.
Todos trabajaban en el vivero que desde hace dos años sostiene con familiares y amigos José Emiliano Arenas Nicanor, de 40 años, padre de Israel, en el municipio de Juárez, a 20 minutos de la capital nuevoleonesa.
Los cuatro jóvenes decidieron ir a disfrutar del viernes al bar California, ubicado sobre la Avenida Eloy Cavazos. Al cabo de un rato, como a las 22:00 horas, Emiliano y su mujer, Luz María Durán, se preparaban para la cena, por lo que le pidieron al hijo más chico, Irving, de 15 años, que les hablara a los muchachos.
Israel contestó y le dijo a su hermano que le llevara 170 pesos para completar la cuenta, pues habían pedido de última hora una cubeta con cervezas.
En lo que informó a sus padres, se preparó y salió en su auto para ir por él al California, Irving se percató de que la unidad 131 de tránsito de Juárez iba por la avenida persiguiendo la camioneta de su hermano, por lo que se dirigió tras ellos.
Cuando les dio alcance en la calle Coahuila cruz con Pablo Livas, los tránsitos habían bajado de su camioneta a Israel y lo estaban subiendo esposado a una camioneta gris con personas cuyos rostros no alcanzó a distinguir.
Uno de los oficiales, Juan Eduardo de León Pérez, quien físicamente subió a Israel al vehículo, se le quedó mirando a Irving y, sin más, le dijo que lo estaba deteniendo porque abolló la patrulla.
"¿Eres familiar de él?", le preguntó a Irving, quien sin dejar de mirar a su hermano, que era subido en estado de ebriedad a la camioneta, dijo que no.
Al recordar esto, el chico baja la vista. Sus padres le miran y palmean comprensivos, porque dicen que de haber confirmado el parentesco, Irving también habría sido levantado y no sería sólo un hijo desaparecido, sino dos.
Ante la respuesta del chico, los agentes lo corrieron del sitio con palabras soeces. El joven volvió a casa y narró a sus padres lo ocurrido con el mayor de sus dos hermanos. Luz María acudió a las instalaciones de Policía y Tránsito de Juárez y, como no la querían atender, amenazó con ir a una televisora.
"Déjeme veo si están sus muchachos, pero nosotros encontramos abandonada la camioneta de su hijo", le dijo a la mujer de 37 años un supuesto comandante en referencia al vehículo, en ese momento en el corralón.
"No es cierto", intervino Irving. "Yo vi cuando lo bajaron de su camioneta, lo esposaron y subieron a una camioneta gris".
Al ver la determinación con la que acudieron la madre y el hermano de Israel, el sujeto vestido de civil dijo que esperaran para ver si tenían a los jóvenes con los ministeriales. Volvió a la hora y media.
"Ahí los tienen", dijo. "Nada más que ahorita no se los van a enseñar porque les pusieron unas 'cachetaditas'. Vénganse mañana".
Pero no fue así. Al día siguiente la camioneta desapareció del corralón y en la policía juarense ya nadie quiso atender a la familia Arenas, además de que no volvió a aparecer el "comandante" que les confirmó la llegada de los chicos al cuartel.
Incluso de la bitácora del corralón fue arrancada la hoja de entradas y salidas de ese día, aunque ellos lograron obtener del servicio de grúas una copia donde se confirma la llegada del vehículo al predio municipal.
La familia acudió después al bar California y ahí se enteraron de que al parecer la encargada del lugar, una mujer de nombre Martha Dalia Cortés, le habló a los tránsitos de Juárez, quienes detuvieron a los jóvenes y entregaron a un grupo de zetas a tres de los cuatro que habían llegado juntos.
Israel intentó huir, pero fue interceptado por la patrulla 131, la cual hasta llegó a chocar su camioneta.
Luz María lamenta que cuando estuvo indagando sobre los muchachos el día de su detención no se comunicó de inmediato con el Ejército.
De hecho, cuenta, al estar preguntando por ellos pasó un convoy militar frente a la dependencia municipal y vio que los empleados de Policía y Tránsito de Juárez se pusieron muy nerviosos, entraron de inmediato a las instalaciones y las secretarias dijeron en voz alta que todos escondieran los celulares porque "a'i van los militares".
···
Al paso de los días, al ver el limbo en el que estaba cayendo el paradero de los jóvenes, la familia Arenas levantó denuncias, fue al Consejo Estatal de Derechos Humanos y a la Séptima Zona Militar.
Un comandante de la Agencia Estatal de Investigaciones se puso en contacto con Emiliano y les dijo que les enviaría elementos destacamentados en Juárez, lo que les dio desconfianza, porque explica que le costaba trabajo creer que ministeriales y policías municipales no estuvieran aliados.
Pasó el tiempo. El jueves 23 de junio la familia se dirigía al tianguis a vender ropa cuando Irving vio pasar la camioneta de Israel con rumbo al cuarto sector del Fraccionamiento Las Gardenias.
Frente al domicilio al que llegó el vehículo, Emiliano habló a la Ministerial, pero los elementos llegaron por la noche y la camioneta ya no estaba y nadie abrió la puerta. Esperanzado en que ahí estuvieran su hijo y sus amigos, Emiliano se dio la vuelta a la mañana siguiente y la volvió a ver estacionada afuera del domicilio.
Llamó a la Ministerial y le dijo al oficial que se apresuraran para que los delincuentes no huyeran.
"No se van", les dijo el oficial, al parecer familiarizado con los hábitos de la delincuencia. "Son como los vampiros, andan en la noche y en el día duermen".
Hasta la tarde llegaron ministeriales y militares, y reventaron la propiedad.
Emiliano, bronco y desesperado, entró al domicilio a buscar a su muchacho, pero no estaba, sólo vio a un sujeto tatuado al que la autoridad aprehendió por la posesión del vehículo que, dijo, le habían prestado. Curiosamente a él le hallaron el estéreo que no figuraba cuando vieron la camioneta en el corralón, por lo que dedujeron complicidad entre los dueños del predio y la delincuencia.
Sin noticia alguna, la familia ha ido y venido de una instancia a otra. Hay sólo tres aprehendidos: el sujeto que tenía la camioneta, la encargada del bar California y el oficial de tránsito De León Pérez, quien declaró que entregó a los muchachos a miembros de los zetas, identificados con apodos, pero nada más.
El responsable de la investigación en la Ministerial cambió el celular sin avisarles.
Emiliano se hacía presente con el fiscal Jesús Tavera para suplicarle llorando que investigara. Tanto insistió que un día le azotó la puerta, desesperado: "¡¿Qué esperan para investigar?!", rugió. "¿Encontrarlos muertos?".
El fiscal, quien luego fue sustituido, mandó traer una patrulla. Emiliano no salía del asombro.
"Es el colmo", les gritó, llorando. "Sí, llévenme a la cárcel para que se sepa la clase de autoridad que tenemos".
No hubo celda para Emiliano, pero tampoco la necesita: basta la impunidad con la que la autoridad ha manejado el caso.
La familia cree que, dado que los captores no han hablado para pedir rescate por los muchachos, forjados a las labores duras en el vivero, quizá los tengan trabajando en algún lado. En algún monte. En algún infierno.
Israel, cuentan, llegó hasta primer año de secundaria y decidió dedicarse al trabajo con su padre para sacar adelante a su familia y a los que vinieran de su pueblo. Le gusta la siembra, en especial las palmas, y los diseños con piedra de mármol.
"Siempre andaba mugroso mijo, si no estaba sembrando estaba haciendo sus diseños de jardín", afirma Emiliano y aquel hombre sencillo, fornido y curtido por el sol comienza a llorar desconsoladamente.
"Está chiquito mijo... igual los otros muchachos", dice con la voz entrecortada por el dolor. "¿Qué les hacían...? Nada malo, sólo se dedicaban a trabajar y a trabajar".
Los tres muchachos restantes, dice, son como sus hijos y él les procuraba un buen futuro, por lo que les decía que ahorraran un poco de lo que ganaban para tener un pequeño patrimonio y beneficiar a los que se quedaron en el pueblo.
Adrián tiene tres hijos; Reinaldo, una niña. Sus familias en el rancho La Perla no terminan de llorar su ausencia.
"Nosotros vinimos a trabajar, a salir adelante porque allá en el rancho no hay trabajo", afirma Emiliano, decepcionado de la actuación de la autoridad: la de Juárez, la Ministerial. Toda.
"Ahora nos hacen esto... Nomás volviendo mis muchachos, de veras, se lo juro, yo me los llevo de regreso al pueblo. Contra los que hicieron esto no pido nada. Nos vamos".
miércoles, enero 25, 2012
De la Policía al narco
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