Lecciones del 3 de julio de 2011
José Antonio Trujeque
Somos Uno Radio.
Las elecciones del domingo 3 de julio del 2011 en el estado de México pueden ser interpretadas desde distintas problemáticas. Por lo pronto, nos gustaría centrar la mirada en lo que se refiere a las significaciones de la candidatura de Alejandro Encinas, pues implica algunos aspectos clave para la izquierda institucional con vistas a la elección presidencial del año entrante.
Primera cuestión: para nadie algo avisado en el eventual regreso del diplodoco priísta de la mano de Peña Nieto, fue una sorpresa el que la elección mexiquense era para el sistema priísta una prueba del todo o nada. Se tratara de quien se tratara como candidato de la izquierda, aún antes de la designación de Encinas, la instrucción estaba dada con claridad meridiana: ir por el carro completo y dar la apariencia de una restauración completa de los tiempos del “invencible partidazo”, el PRI.
Entonces conviene colocar en esta perspectiva, en el diseño y en la puesta en escena de una elección de Estado, a la candidatura que resultara de la izquierda. Ya fuera Yeidckol Polevnski, o algún otro personaje, para el PRI peñanietista era lo de menos. De lo que se trataba era de mostrar una voluntad política de que, ya no en el registro del “haiga sido como haiga sido”, sino del “ganaremos y háganle ustedes los opositores como quieran”, el PRI y su sistema vienen no a ganar en buena lid democrática, sino a avasallar a sus oponentes.
Pero analicemos el factor “Alejandro Encinas” y el proceso asociado a su candidatura. El dato que no hay que perder de vista es que Encinas arrancó la campaña teniendo una muy magra intención del voto de apenas el 12 por ciento, hace apenas tres meses, a comienzos de abril. Y a pesar de la campaña de Estado desplegada por el PRI (en la que participaron desde los funcionarios del Instituto Electoral del Estado de México, los “promotores del voto” que ofrecen billetes, camisetas, dádivas en especie, presidentes municipales priístas que hicieron lo que les tocó al colocar a personeros de PRI como funcionarios de casilla y de sección electoral bajo la apariencia de haber sido “insaculados”.
Vaya, hasta policías que con todo y patrulla se dieron cita en domicilios particulares para “acarrear” votantes), a pesar pues de toda esa campaña manejada como asunto de Estado, la candidatura de Encinas logró remontar al doble.
Un factor está, desde luego, asociado a la personalidad y a las innegables capacidades políticas de Encinas.
Más allá de su arrastre personal, hay que considerar que la unidad de las izquierdas fue, sin duda, el factor de mayor peso para remontar el bajo nivel de intención del voto. Este hecho nos habla de que hay un sector muy importante del electorado capaz de decidir y de movilizarse en función de un proyecto de alternativa político-social distinto al del PRI y al de la derecha panista, a condición de que las partidocracias dejen de lado sus grillas y politiquerías sectarias, y den señales claras de escuchar a ese electorado que solicita unidad. Unidad más allá de mezquindades de ocasión y de grupúsculo.
Tomemos en cuenta que el ambiente de nuestro país se encuentra herido, desde hace tiempo y más en los tiempos que corren, por tanto escándalo, por tanta muerte absurda, por tanta exhibición de interés de tribu o de secta: de ahí que la “unidad” sea, más que una palabra, una actitud bañada con el sentido ético de saber escuchar y de ser sensibles ante lo que los electores de a pie reclaman. Acaso la nota más fresca, emocionante y generosa que tuvo la campaña de Alejandro Encinas, fue la de haber reconstituido la unidad de las izquierdas. A riesgo de parecer reiterativo, pero es que este hecho estuvo en el centro de la campaña y en desempeño encinista: si las izquierdas son capaces de trascender sus problemas, divisiones, enconos y entonces dedicarse a trabajar por el bien de todos, entonces con ese sólo hecho se muestra un mensaje de compromiso y de congruencia efectivas, y que, sin duda, fue escuchado y asumido por crecientes franjas de ciudadanos mexiquenses.
Queda la impresión de que en condiciones de equidad (cosa que sigue sin existir en el vocabulario del priísmo y sus subculturas del aplastamiento) la remontada de Encinas pudo haber sido aún más fuerte. Y queda también la impresión de que la unidad de las izquierdas fue un plato que se cocinó y se coció al cuarto para las doce: de haberse dado antes, es muy probable que las distancias en el número de votos no hubiera sido del calibre como lo fueron: tres a uno a favor de Avila.
Por otro lado, tampoco hay qué reducir al proceso unitario de las izquierdas en los marcos de la buena voluntad de las partidocracias. Faltó tiempo para acercar la candidatura encinista a ese conjunto de movimientos sociales existentes en sindicatos, barrios, pueblos. Con lo cual vuelve a aparecer el problema de fondo: en tanto los jefes de las partidocracias estén enganchándose en sus disputas internas, afuera de los espacios de esas sus broncas internas hay organizaciones y ciudadanos que le hacen como pueden para luchar contra las injusticias de las que son objeto. El resultado de esa división está a la vista: pierden todos ellos, y ganan los charros sindicales, los líderes corruptos de las colonias y pueblos. Gana, en suma, la maquinaria electoral del priísmo duro.
La “unidad”, por lo tanto, no hay que focalizarla ni reducirla a sus aspectos de entendimiento entre las cúpulas de las burocracias partidistas. La unidad que vigoriza y vivifica a un buen proyecto de izquierda (como lo es el de Alejandro Encinas), se refiere también y sobre todo a su acercamiento y a su entendimiento con esas franjas sociales movilizadas y que llevan a cabo sus procesos de resistencia por afuera de la lógica partidista-electoral. Si este enganche no se da, vaya que los personeros y actores de las subculturas priístas de la clientelización y de la corporativización de necesidades tienen una ancha avenida por donde prosperar. Y vencer.
Una de las lecciones de la brillante campaña encinista en el estado de México tiene qué ver, entonces, con el reto de lograr procesos unitarios entre las corrientes y grupos ya constituidos, pero divididos (algunos más que otros), de la izquierda real. Y sobre todo, con el reto de construir procesos de acercamiento y de entendimiento con esa amplísima miríada de movimientos sociales que se manifiestan en el país.
Los dos escollos principales para llegar a esos procesos unitarios se encuentran, por lo que toca a la izquierda, uno de ellos “arriba”, es decir, en el nivel de las jefaturas y jerarquías buropolíticas: por si no les ha quedado clara la lección de la campaña encinista, si no se deciden a escuchar a la gente para quien la “unidad” no es una palabreja vacía de sentido, sino una muestra práctica de ponerse a trabajar por el bien de todos (dejando aunque sea entre paréntesis las caudas de desencuentros, malentendidos, y por qué no decirlo, alguno que otro golpe trapero), seguirán mostrando que su apuesta no es por el país, ni mucho menos por la propia izquierda, sino por intereses de secta y de grupúsculo cerrado en sí mismo.
El otro escollo se manifiesta “abajo”, en actitudes, mentalidades y prácticas hegemonistas del tipo “nosotros representamos la verdad histórica” de suerte que “quienes no comulguen con nosotros, o son vendidos, o son traidores, o son los tontos útiles del sistema”. Esta posición excluyente y que tiende al autoconvencimiento de que “si no es con nosotros, el diluvio”, se ha manifestado en tomas de posición de abierto rechazo, si no es que de desprecio, ninguneo, hasta llegar a posiciones abiertamente beligerantes hacia el movimiento por la paz y la justicia encabezado, entre otros, por Javier Sicilia.
En ambos casos, ya sea por la soberbia de la buropolítica de las tribus, ya sea por la altanería de sentirse los depositarios de la verdad, el resultado es la fragmentación y el cultivo de malentendidos y crispaciones. Entre estos dos extremos, cabe abrirle espacios a la política en ese sentido noble, generoso, democrático pues, de la cultura de izquierda: ponerse del lado de los vejados, de los olvidados, de las víctimas de injusticias, y en el sentido asertivo de construir modos de pensamiento y actitudes centrados en la igualdad, la dignidad, la libertad.
De otra manera, el dinosaurio autoritario que se está asomando, acabará por lograr su cometido: dar un salto hacia atrás hacia las épocas de la cárcel de las conciencias y la paz de los sepulcros, debidamente regados con el agua de la dominación corporativa y de la entrega, incesante, de privilegios para los privilegiados.
A costa de que al país se lo lleve el diablo.
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El destino del país no se acaba con la elección mexiquense de antier. Procesos políticos más complejos ha habido en el país, y la voluntad de los actores del cambio no se ha detenido.
sábado, julio 09, 2011
La unidad de la izquierda: remontando retos
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