Son miles. No sabemos exactamente cuantos. Los "levantados" son la nueva figura del desaparecido en México. A diferencia de la década de los 70's cuando el ejército y las policías secuestraban, torturaban y desaparecían por razones políticas, ahora se hace bajo el pretexto de la guerra contra el narcotráfico.
Doña Gloria Aguilera Hernández llora todo el tiempo. Lleva una bolsa de plástico con fotos y documentos. Se limpia las lágrimas con un pañuelo de papel. Aquella mañana del 26 de septiembre del 2008 despidió a sus dos hijos y a su esposo con un beso. Nunca pensó que ese beso que les dio de manera amorosa, pero rutinaria, sería el último. Ese día los tres fueron "levantados". Giovanni, de 26 años; Julián Edwin, de 27, y su esposo Julián Urbina Torres, de 47 años eran trabajadores de Transito de Monterrey y no se explica la razón por la cual los desaparecieron. Nunca hubo una llamada de los secuestradores. Jamás pidieron rescate.
La vida de doña Gloria dio un vuelco brutal. De la confusión inicial pasó al deseo de morir. Pensó que se volvía loca sin ellos. Creyó por un momento que su caída al abismo de la depresión la llevaría muy pronto a la tumba. Pero transformó su profundo dolor en coraje, en lucha, en esperanza. Y se hizo una promesa: "los encontraré. Los voy a buscar hasta el final".
No puede contener el llanto. Esta al lado de otras madres, hermanas, tías, esposas, que también buscan a cientos de desaparecidos. La mayoría han sido amenazadas "no los busquen, les puede pasar lo mismo". Ellas no se dejan amedrentar. Son las siete y media de la mañana. Hoy, 30 de agosto es el Día Internacional del Desaparecido. El bochorno del verano regiomontano se empieza a sentir. Apenas un aire fresco recorre la Explanada de los Héroes del Palacio de Gobierno de Nuevo León donde decidieron hacer un plantón para reclamar al gobernador Rodrigo Medina que les "devuelva" a sus seres queridos o que renuncie.
El silencio es estremecedor. Visten de negro. Llevan una leyenda al frente: ¿Dónde están? Y a la espalda: "Queremos ver sus caras". Los sollozos son sutiles, apenas perceptibles. Lloran todas en silencio. Me avergüenzo de este gobierno. Miro hacia abajo para ocultar las lágrimas y pienso en el poema de Mario Benedetti: "Cuando empezaron a desaparecer hace tres, cinco, siete ceremonias, a desaparecer como sin sangre, como sin rostro y sin motivo, vieron por la ventana de su ausencia lo que quedaba atrás. Ese andamiaje de abrazos cielo y humo..."
¡Ay los desaparecidos!... No existe en el mundo tormento más cruel, dice Doña Gloria. Me mira a los ojos, me toma de las manos. Y me habla al oído: "Yo muero cada día, cada instante, esperándolos". Tiemblo ante su entereza, su valor, su inmenso coraje. "A veces no se como me levanto por las mañanas" ----me confiesa--- "¿Sabe cuál es mi fuerza?... el amor que siento por ellos".
Los busca todos los días. En el súper, en las calles, en las plazas. Cree verlos aquí o allá. Espera una llamada, una señal, un vestigio. Intenta reconocerlos a los lejos, por la espalda, por el cabello, por el cuerpo. Corre. Los alcanza. Pero no son ellos. Se desanima. Cae. Se levanta. Vuelve a levantarse. Sabe que si ella no los busca nadie lo hará. La indiferencia del gobierno es absoluta, la complicidad de las autoridades es común, la negligencia de las policías cotidiana.
En la administración de Felipe Calderón 3.000 personas han desaparecido según la Fedefam, la mayoría bajo el método del "levantón", una palabra soez como dice Doña Rosario Ibarra de Piedra, la incansable luchadora de los desaparecidos de México. El Ejército le arrebató a su hijo en abril de 1975 en Monterrey. Y nunca más se lo devolvió. Creyeron que se iba a cansar. Que dejaría de buscarlo algún día. Pero han pasado 35 años y ella sigue. Ayer presentó una denuncia contra el expresidente Luis Echeverría responsable de 500 desapariciones durante la guerra sucia de 1970 a 1976. Es un crimen de Estado. Un genocidio y debe ser juzgado por ello, sentenciado, dice Doña Rosario, quien lamenta que el presunto delincuente este tranquilamente en su casa viviendo con una generosa pensión vitalicia.
La impunidad invita a la repetición del crimen. México está condenado a repetir su historia mientras no permita que las víctimas tengan acceso a la justicia y a la reparación del daño. La cifra de 3.000 desaparecidos se queda corta, dice Judith Galarza, directora de Fedefam. Señala que ninguna institución quiere dar estadísticas de los desaparecidos. Y que los métodos utilizados en los 70's para desaparecer son los mismos que ahora usa el Ejército, la Marina, las policías y el crimen organizado: "¿Quién secuestra más el crimen organizado o el ejército y las policías? Son los mismos", dice sin titubear.
Los familiares deambulan por las calles, por las oficinas de gobierno, las procuradurías, los juzgados. Nadie les hace caso. La mayoría desconocen las causas de la desaparición. La nebulosa de la guerra contra el narcotráfico lo cubre todo y parece que todo está permitido. "Si desapareció es porque andaba metido", le dijeron a Doña Socorro Gorena Ontiveros cuando fue a reportar el "levantón" de su hijo Raymundo Cepeda Gorena. Ocurrió de manera natural, a plena luz del día. En dos taxis llegaron un grupo de hombres a la colonia Valle Verde, donde el muchacho vivía con su madre, y se lo llevaron. Fue el 5 de agosto del año pasado. Y desde entonces no duerme, no come bien, no vive.
Doña Socorro porta una pancarta verde con su foto: "éste es mi hijo, devuélvanmelo". Su rictus de tristeza es gélido. Esta inmóvil mientras le tomo las fotos. No se inmuta ante los gritos de sus compañeras de lucha: "Tenemos la esperanza de que estén vivos, pero si no, queremos que nos digan dónde dejaron sus cuerpos. A quienes se los llevaron les pido, les ruego que me digan dónde está. Es lo único que les pido", me dice con la mirada extraviada como si estuviera hablando a los delincuentes.
"Están en algún sitio, nube o tumba", dice Mario Benedetti. Y tiene razón.
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