Ximena Peredo/ Grupo Reforma
La primera vez que vi al Cerro de la Silla estaba apoyada en la ventanilla del automóvil de mi tío, que nos recogía del aeropuerto. Nos mudábamos a Monterrey. Venía como clásica adolescente envuelta en mis pensamientos, llena de añoranza por los amigos que dejaba en la isla; miraba a un lado y a otro, con el gesto fastidiado, insatisfecha. Tal vez por eso mi tío cambió el tema sorpresivamente y, mirándonos por el espejo retrovisor a mi hermana y a mí, nos señaló una gigantesca montaña: "Ése es el Cerro de la Silla".
Luego lo vi cientos de mañanas en las que esperaba a que mi mamá sacara el carro de la cochera para cerrar la reja y partir rumbo a la escuela. Clareando la mañana despuntaba como Sultán. Esos ratitos en lo que lo contemplaba tomada de los barrotes, ahora me doy cuenta, me sirvieron para relacionarme secretamente con él.
Pero entonces era una adolescente típica y las montañas sólo constituían un escenario para vivir. Habituada al paisaje marino, al horizonte azul verdoso, al olor salino y al murmullo constante del mar, la sierra y los cerros eran unos personajes extraños y gigantescos, que tapaban la vista al mar. Fue la visita al campo, a la Sierra de Arteaga y a la de Galeana, donde acampábamos por semanas enteras, la experiencia que me valió para irme insertando en esta comunidad, para poner mis dos pies en esta tierra y soltar a Ciudad del Carmen, Campeche, como punto obligado de retorno.
Muchos años después subimos a acampar a Chipinque, a la Mesa del Epazote. La noche cayó sobre nosotros y, sin embargo, el resplandor y el rumor de la ciudad permanecieron constantes. Desde ahí, rodeada de luciérnagas, inhibida por los misterios del bosque, enmudecida, fue que pude sentir un poco la solitud de la montaña, su fidelidad, su paciencia en las madrugadas, cuando la ciudad no calla y no deja de moverse.
Cuando visité la Sierra Cerro de la Silla, específicamente el Cañón de Santa Ana, en donde se pretende construir el túnel del Arco Vial Sureste, me quedé pasmada. La Sierra oculta misterios inimaginables como ríos de lampazos, ojos de agua color turquesa, aves rojas, azules, todas contentas. La Sierra protege y nutre. Los olmos, encinos y álamos son los sabios ancianos de la comunidad, los osos, los jabalíes y los jaguarundis la juventud.
Además de los argumentos ecológicos y jurídicos que cuestionan severamente el proyecto Arco Vial Sureste dentro de un área que el Gobierno tiene la obligación de preservar, existen argumentos muy personales que cada uno de nosotros guarda en su memoria y en su corazón y que nos impulsan a defender a las montañas de más hurtos y agresiones.
Producto de un estilo de vida comercial es que hemos llegado a pensarnos solos. Se nos está olvidando que lo verdaderamente valioso, como diría "El Principito" de Antoine Saint Exupéry, es invisible a los ojos. Los bosques no cobran sus servicios, ni los insectos, ni la tierra que nos regresa la lluvia. La generosidad de la naturaleza, que no firma su obra, ni espera aplausos por sus milagros es enteramente gratuita y para todos, incluidos los depredadores, que se sienten hijos de otra naturaleza, no de ésta, la gratuita y la magnánima.
Creo que el Gobierno estatal reconsiderará el proyecto Arco Vial Sureste. Ya el Congreso Local ha hecho pública su intención de revisar el proyecto en virtud de las irregularidades que han venido aflorando. Ya la sociedad salió a las calles a protestar. Cada día es más latente que la ciudadanía va hacia un lado y los gobiernos montados en aplanadoras hacia otro.
El Cerro de la Silla y su sierra nos provocan a todos sentimientos hondos. Cada quien tiene su versión para estar en contra de otro proyecto ecocida; las próximas generaciones merecen tener su propia versión. Ésta fue la mía.
ximenaperedo@yahoo.com.mx