domingo, mayo 13, 2012

El secreto de Elena


Elena Poniatowska cumplirá 80 años el próximo 19 de mayo
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Silvia Cherem S.
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Monterrey,  México (13 mayo 2012).- Elena Poniatowska, Elenita (París, 1932), la princesa despistada que durante décadas ha dibujado con preguntas que sacan chispas la intimidad de los grandes personajes mexicanos del siglo 20, cuando tiene que aludir a los aspectos interiores de sí misma, a las heridas que sangran, opta por el silencio. Se queda sin palabras desdeñando ser mujer de letras. Enmudece.

De su boca nadie conoce a fondo la penitencia que ha cargado durante una vida, misma que la condena a ser Santa Elena de Atocha. La devota que dispensa caridad. La mujer piadosa que da a manos llenas a los desposeídos, que responde a quien toque a su puerta: la Casa de Paula, en Chimalistac. Tocan sacerdotes que buscan "confesarse" con ella.
 

Tocan pobres con necesidades. Toca una mujer humilde con su niña, se quedó sin hogar. Toca López Obrador pidiéndole apoyo. En esa casa con fama de milagrera, se resuelve cualquier problema. Los contratiempos de todos, menos los de Elena.
 

Cumplirá 80 años el próximo 19 de mayo y es momento de ponderar éxitos y fracasos, de ventilar obsesiones y dolencias.

"Soy negada para eso, difícilmente sé cuánto traigo en la bolsa, soy mala para las cuentas y, aunque siempre me eligen de tesorera porque no robo, yo no sirvo para hacer balances".

Camina con el peso de muchas voces, pero, para evitar ventilar los dobleces de su vida, busca conducir la plática a los sitios comunes de siempre, a la leyenda que la esquematiza como mujer-niña, güerita con suerte. Se refugia en el personaje de cuento de hadas con altas dosis de deslegitimación que ella contribuyó a crear y que otros alimentan.

Cree ser "una pinche periodista" como la calificó su tía Pita Amor, tía incendiaria que recitaba a San Juan de la Cruz enseñando los pechos.
 

La misma que al ver que Octavio Paz acogía a la joven debutante, le dedicó una insultante copla: "No te compares con tu tía de sangre. No te compares con tu tía de fuego. No te atrevas a aparecerte junto a mis vientos huracanados, mis tempestades, mis ríos. ¡Yo soy el sol, muchachita, apenas te aproximes te carbonizarán mis rayos!".
 

"A mí, como a muchos de los Amor, también se me cruzan los cables entre la lucidez y la demencia. Tengo mucha tendencia a ningunearme y al masoquismo. Es mi defecto de fábrica, me hundo fácil. Muchos no lo creen porque sonrío, pero los demonios están ahí. Su peso no disminuye, se recrudece con los años".
 

Nuestra cita era el 27 de abril, para ella día de suerte: el 7 es su número porque su primogénito nació el 7 del 07.
 

Su agenda estaba saturada, tenía hasta dos eventos diarios para apoyar la candidatura de AMLO. En su devoción al candidato, en su necesidad de cumplirle, no la detiene ni la edad ni el trabajo que se apila sobre su escritorio.

Cuenta que desde que se inició en el periodismo en 1954 ya tenía preocupación por las desigualdades sociales, tanta que su esposo, el reconocido astrónomo Guillermo Haro, se burlaba.
 

"Si tanto te preocupa la suerte de María, dile que baje de su cuarto, que se venga a dormir aquí conmigo y tú súbete al suyo".

Esa mañana de la entrevista, Shadow, el labrador negro de su hijo Felipe, intentó evadir la reja del parque de Chimalistac y se quedó ensartado.

"Hoy no es mi día, eso del perro me idiotizó mucho".

Elena estaba preocupada, había que recoger a Shadow, le cosieron media panza. A cada rato, durante varias horas, se distraía para pedir a Martina, la indígena que trabaja en su casa, y a Conrado, el chofer, instalados en nuestra conversación, que preguntaran por el perro.

Cuando se fueron por Shadow a la veterinaria, y nos quedamos solas en compañía de los gatos: Monsi y Vais, logramos pelar las hirientes capas de la cebolla.
 

"No sé de dónde proviene la culpa", comenzó.

Hace mil años fue a un psicoanálisis grupal con el doctor Jaime Cardeña.
 

Al cabo de un tiempo le preguntó qué opinaba del trabajo. Elena respondió: "Usted a todos los hombres les dice que tienen que cortar el cordón umbilical, y a todas las mujeres, que somos frígidas". Al médico no le pareció la respuesta y Elena no volvió. En 1985, después del terremoto, fue con la doctora Celia Hernández.

"Estaba yo de la patada, pasé demasiados días reporteando en la calle y me quedé llorando como muñeca fea. Por idiota, fui sólo a un par de sesiones; no sirvió".

Ahora va con un nuevo médico, pero sigue atrapada.

"Me exijo demasiado. Paso la vida escuchando a otros, no a mí misma... ¿Por qué será?".

La edad la orilla a sentirse sola, con pérdidas y miedo ante una realidad de agresión. Desde 2006 que ha apoyado a AMLO, la acosan y hostigan.

"Recurrentemente me hablan por teléfono a medianoche para decirme: 'puta vieja' o 'vieja puta', que es lo mismo".

Se cuestiona si hace bien en posponer la escritura viviendo dobles y triples jornadas por cumplir, por ser leal a su afinidad con la izquierda.
 

Quisiera cambiar, pero ya está subida en el barco.

"He sido muy dura conmigo misma, me he negado casi todo. Estudié en un convento de monjas y de cierto modo he seguido siendo una monja que merece castigos, más que recompensas".

Infancia es destino

Elena nació princesa en Francia, en 1932. La llamaron: Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor, largo nombre con el que cargaría lealtades invisibles de su herencia aristocrática, incluyendo el Dolores, lastimosa pena de amor que padeció también su propia madre. Para fines prácticos, fue simplemente Hélène, la primogénita del matrimonio entre Jean Evremont Poniatowski Sperry -descendiente de Stanislao Augusto Poniatowski, último rey de Polonia, amante de Catalina la Grande y obligado a abdicar en 1795- y Dolores Amor Iturbe, a quien le decían Paulette, Paula, porque Dolores y Amor no combinaban, hija de terratenientes mexicanos, propietarios de haciendas que ocupaban casi todo el estado de Morelos, fortuna que se mermó con la Revolución.

"Mi familia era como alma flotante, vivía entre neblina, como en una novela tolstoiana", le contó en 1975 a María Elena Rico, de la revista Él. Eran familias sin raíces, gente que se sentía que "no pertenecía" porque los Poniatowski salieron de Varsovia cuando la repartición de Polonia para refugiarse en Francia, y los Iturbe y los Amor huyeron a Biarritz durante la Revolución.

Sus padres se conocieron en un baile en casa de los Rotschild, en 1931. Tuvieron dos niñas: Elena y Kitzia. Todo parecía rosa. Elena recuerda cómo ponía sus manitas sobre las de su papá para interpretar a Chopin, o cómo se sentaba a escucharlo componer. Sin embargo, estalló la Segunda Guerra Mundial y todo se trastocó. Jean partió como paracaidista y capitán del ejército francés sin imaginar que a su retorno, seis años después, cuando sus niñas eran mayorcitas, sería otro.

Los abuelos Andrés y Elizabeth, su nuera Paulette y las niñas, abandonaron la inmensa casa parisina, a unos pasos de donde nació Balzac -"Volví recientemente, hoy es la embajada de Turquía, pedí permiso para ver mi inmenso jardín de infancia, aún estaba el árbol con el que de niña platicaba"-, y se refugiaron en Les Bories, en una mansión entre campos de lavanda. La mamá de Elena continuamente partía a llevar heridos en las ambulancias y las niñas, supervisadas por innumerables nodrizas y por su institutriz, Mademoiselle Garach, sentían el vacío. Elena vivió una educación severa.

"Al modo en que se vivía en estas grandes familias, siempre con intermediarios".

Comenzó así su tormento de sentirse pequeña.

"Era dócil y solitaria, obediente, con una inseguridad bárbara, demasiado chaparra de acuerdo con los estándares de mi familia. No cumplía con el mundo al que pertenecía".

Su estricto abuelo Andrés asumió ser su mentor.

"A Kitzia, que es un año menor a mí, la dejaba jugar en los jardines. Sólo a mí me imponía difíciles tareas".

El abuelo era un intelectual rodeado de celebridades, escribió "De un siglo a otro y De una idea a otra". Conoció a Debussy y a Mallarmé; fue amigo de Paul Valéry, de Sacha Guitry y del General Maxime Weygand.
 

A Elena le enseñaba a leer y escribir, e imposibles problemas matemáticos.
 

"Nadie en mi entorno sabía resolverlos, iba con los jardineros, los cocineros, los ayudantes... no dormía de la angustia de no saber. Desde ahí empieza mi complejo: no estar a la altura, no hacer bien la tarea. Ser chiquita. Fallar".

'This is Mexico'

En 1942, su mamá decidió partir a México con sus niñas de 9 y 8 años, alejarse del conflicto bélico. Pidió a los abuelos que cuando terminara la guerra, Johnny -su esposo, Jean- fuera por ellas. Elena no sabía que tenía raíces mexicanas.

La abuela Elizabeth Sperry Crocker, norteamericana descendiente de la familia de Benjamin Franklin, pegó el grito en el cielo.

"Siempre habíamos vivido juntos y no superó que nos fuéramos. Era amorosísima, la pintó Boldini, quien, como Sargent, pintó a las mujeres más bellas de la época".

Antes de la partida, la abuela intentó detenerlas. Tomó un National Geographic y les mostró las imágenes de unos negros con los pechos hasta el suelo, un hueso en la cabeza y múltiples perforaciones.

"You see children, this is Mexico".

La madre no se dejó intimidar. Tomó el trasatlántico Marqués de Comillas en Bilbao. Al llegar a La Habana, quisieron poner a las niñas en cuarentena en el deplorable campamento migratorio de Trisconia, y doña Paula no se dejó: "Así no se trata a unas princesas". Tras dos días de sol y agua bañándose en calzones en el Caribe, llegaron en un avión bimotor a Veracruz, donde las esperaba la abuela Lulú: Elena Iturbe, viuda de Pablo Amor. Las acogió en su casona de la Ciudad de México, Berlín 6, en la Colonia Juárez, donde vivía con 22 perros callejeros, todos con nombre de ópera.

"Me sorprendió mi abuelita. En Francia había dejado a una cabecita blanca de vestido largo y aquí me topé con una señora de pelo rojo con canotier de paja ladeado sobre la cabeza. Nos recibió con dos enormes muñecas: una para Kitzia, otra para mí. Fue una figura providencial, viví con ella muchos años".

Elena estudió de tercero a sexto de primaria en el Colegio Windsor, donde perfeccionó su inglés reverenciando cada mañana a la reina: "God save the Queen"; y luego, medio año de primero de secundaria en el Liceo Franco Mexicano, una escuela que le fascinó. Su hermana Kitzia se impuso, no le gustó el Liceo, y motivó a su madre a que las mandara al Convento del Sagrado Corazón de Eden Hall en Torresdale, cerca de Filadelfia, donde estaban dos de sus primas.

"Debí haberme quedado en el Liceo, tenía mucho mejor nivel y era laico, pero ¿para qué me lamento?".

Su papá llegó en 1946. Era un desconocido. "En La Flor de Lis" alude a aquel padre que dejó de ver: "antes inventado, ahora de a de veras", que se convirtió en "un hombre tímido, inseguro... que no conoce el camino, no sabe por dónde entrarle a la vida", un ser "que tiembla desde que se levanta a la vida" y por el que hay que rezar. Los ocho más altos honores con los que lo distinguieron como héroe de guerra, no servirían para restarle la desesperanza que hasta su último día abrigó.

"Fue de los primeros en liberar Auschwitz", confiesa quizá por vez primera Elena.

Es un tema doloroso, difícil, otro capítulo del que no se habla, porque, hasta su muerte en México en 1975, fue un sonámbulo sumido en la desdicha de la autodestrucción.

En el convento, Elena destacó de inmediato: se ganó la Banda Azul, la premiaron con la medalla Hija de María, cuya fama era que quien la recibía se iba derechito al cielo, y comenzó a escribir sobre temas históricos en The Current Literary Coin, la revista escolar.

"Yo todo el día me la pasaba en la capilla, quería ser monja, hermana de las que lavan los trastes y levantan las bacinicas. Ayudar, servir. Ya traía esa vocación".

Aunque no soporta ver sangre, quiso estudiar cursos de Medicina en el Manhattanville College, también de las monjas del Sagrado Corazón. Una devaluación del peso imposibilitó su partida, porque la economía familiar parecía ir en picada.

"Diego Rivera quiso pintar a mi mamá, le costaba lo mismo un retrato que un coche, y ¡mi mamá eligió el coche!".

Elena tomó un curso de Derecho Internacional en Relaciones Exteriores, pero claudicó al ver que no tendría futuro en el Servicio Diplomático por ser francesa. Hizo de actriz muda con Brígida Alexander. Trabajó un mes como recepcionista en los laboratorios Linsa de su padre. Y acabó inscrita para estudiar secretaria taquimecanógrafa a fin de aprovechar su condición trilingüe.

"Una de las cosas que más lamento es haberme quedado sin formación, no tuve carácter, ni fe en mí misma".

Periodismo, muleta para sobrevivir

Kitzia se casó con Pablo Aspe, tío de Pedro, a los 18 años, y para la familia era necesario que Elena, la primogénita, consiguiera un buen partido. Querían que fuera a Francia como debutante. Obediente, aceptó ir. Puso como condición tener un oficio, se negaba a ir simplemente a bailar con los franceses: "¿y si nadie me sacaba?".

Le pidió chamba a Eduardo Correa, tío de su amiga, editor de sociales de Excélsior. Para quitársela de encima, le sugirió que entrevistara a su sobrina. Mejor entrevistó a Francis White, el nuevo embajador de Estados Unidos. Fue su debut en el periodismo.
 

Publicada el 27 de mayo de 1953, fue la primera de 365 entrevistas en poco más de un año.
 

"Me metí al periodismo por complejo, fue talacha para superar mi inseguridad, para que no me mandaran a Francia a buscar novio. A mis papás no les fascinó. En nuestro mundo, una joven bien nacida aparecía en Le Figaro al nacer, casarse o morir. Hubieran preferido que tocara bien el piano, que cantara, que me casara bien. No obstante, fue mi mamá quien siempre pegó mis artículos en los álbumes, atesoró la memoria".

En aquel tiempo, Elena Urrutia la aconsejó: "Tus artículos estarían mejor si no los escribieras en ruso".

Le recomendó a Juan José Arreola, un maestro con el que acudían ella y María Elena del Río para aprender dicción a fin de participar en el taller de teatro que se impartía en casa de Raúl y Carito Fournier, tíos de Elena. Le dijo Urrutia que sólo le llevara de vez en cuando una botella de vino tinto, unas galletitas y un queso francés, y que Arreola le enseñaría a escribir en buen español.

Elena le llevó sus artículos. El escritor jalisciense le anticipó que el periodismo no le interesaba: "Estoy muy por arriba de eso. Si tiene otra cosa, tráigamela y vemos". Le compartió "Lilus Kikus", el relato autobiográfico de una niña con uñas de sol que vive en un convento, con el que Arreola reanudó en 1955 la colección Los Presentes, a fin de dar a conocer obras de jóvenes creadores mexicanos. Se hicieron 500 ejemplares que Elena regaló entre la familia. Las portadas eran honguitos que Arreola copió del Larousse y que Elena pintó con acuarelas.

Elena, ¿te puedo hacer una pregunta difícil?
 

Pregunta lo que quieras, ya me has preguntado mucho.

Cargas con un lastre que no te perdonas, con una penitencia... Intuyo que tiene que ver con el nacimiento de tu hijo Mane en aquella época. ¿Es hijo de Arreola?

Sí, es el padre biológico de mi hijo mayor.
 

El escritor, 14 años mayor que ella, en aquel momento ya casado y padre de dos hijos que vivían en Guadalajara, apenas probaba suerte con "Confabulario", publicado en 1952. Había vivido en París durante un año, pero su situación económica era deplorable y sobrevivía como podía, vendiendo zapatos o estufas. Era un histrión, un hombre con labia.

¿Te prometió las estrellas?

No, nada. Él provenía de un mundo totalmente distinto al mío, yo era una niña idiota recién salida del convento. Me decía que era yo un pavo real que había ido a pavonearse a un gallinero. Lo seguí viendo durante algunos meses porque me halagaba su dependencia, decía: "Si Elena me acompaña al Centro Mexicano de Escritores, yo sí voy a dar tal conferencia". Lo llevaba y lo traía, me deslumbró ese mundo al que entraba por vez primera y me di cuenta tarde que fui su bastón. Aunque Arreola es lo peor que me ha sucedido en la vida, Mane, mi hijo, es la mayor dicha de mi vida...

Para Elena, que provenía de un mundo cristiano y conservador, fueron épocas duras de trabajo, valentía, estigmas y una buena dosis de culpa.

"Lo crié en una época en que había un gran rechazo social para una madre soltera, trabajé para mantenerlo y tenerlo conmigo. Mane es lo más importante que me ha sucedido. El periodismo fue mi muleta para salir adelante".
 


En "El último juglar", la biografía de Arreola recogida por su hijo Orso, señala que, en la década de 1950, entraron a su vida tres Elenas: María Elena del Río, Elena Urrutia y Elena Poniatowska. Ésa es la única clave que brinda con respecto a Elena Poniatowska y al hijo fuera del matrimonio que tuvo con ella.

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