martes, febrero 14, 2012

NAZAR IN MEMORIAM

Alberto Híjar Serrano

En lo que a mí respecta, Miguel Nazar Haro permanece como marca indeleble a raíz del asalto policiaco a una casa de seguridad de las Fuerzas de Liberación Nacional el 13 de febrero de 1974 en Monterrey. La pareja de responsables de ella dieron sus nombres reales y no resistieron la golpiza y la amenaza de ataque a sus familias.

Nora Rivera y Napoleón Glockner informaron sobre la “Casa Grande” en Nepantla y con Nazar a cargo que fue, vino y regresó a Monterrey, fueron obligados a guiar al comando policiaco especial apoyado por el ejército que dio parte confundiendo a los habitantes de la casa con los asaltantes de la guardia militar de un tren en Xalostoc que firmaron con un incompleto letrero de Liga Comunista 23 de Septiembre. La revista Injusticia de los abogados Ortega Arenas hizo escarnio de la torpeza militar ignorante de los 100km de distancia entre Xalostoc y Nepantla.

Las fuerzas a cargo de Nazar secuestraron a diez colaboradores regiomontanos y sólo una mujer con relaciones policíacas fue liberada en el DF con la respectiva mordida. Los demás fueron transportados de mala manera y peor trato a la casa clandestina del grupo de Nazar en la Colonia Roma cuando ya se había producido el criminal ataque de Nepantla luego que los guías Nora y Napoleón intentaron burlar a los asaltantes señalando otra casa inocente. Cinco militantes de las FLN fueron asesinados y sólo dos se salvaron para ser obligados a identificar los cadáveres desaparecidos de inmediato. De ahí ubicó Nazar el rancho El Chilar por los rumbos de Ocosingo donde la Operación Diamante emprendió la cacería de nueve combatientes a quienes exterminó sembrando el terror entre los campesinos. Al menos tres militantes de las FLN desaparecieron. Entre los papeles encontrados en Nepantla estuvo uno con mi nombre por lo que una cuarteta de criminales fuertemente armados me sacó de mi casa en el pueblo de Contreras luego de aventar a una de mis pequeñas hijas para ser conducido en el piso de un auto a la misma casa de Circular de Morelia entre Avenida Chapultepec y Puebla, frente a un jardín público. La mañana del 14 de febrero había acordado con mi responsable Aurora que había ido a Nepantla para darse cuenta de la situación, esperar su llamada a medio día para incorporarme al clandestinaje. Mi secuestro en las primeras horas de la tarde frustró la decisión.

Ubiqué la casa de tortura gracias a un parlanchín custodio veracruzano del turno nocturno cuando estaba ya sin capucha. El maullido de unos gatos en celo lo hizo ver a través de la persiana y yo aproveché a riesgo de ser regresado a mi rincón a golpes, mientras intercambiábamos comentarios. Pude ver la antena de Televicentro y la calle de Tuxpan, cerca de la cual tuve una novia. El edificio de tres pisos existe tal cual con la placa en la entrada de dirección de empresas de seguridad privada, negocio que compartía Nazar y su hijo abogado con el mismo nombre. El Estado mexicano premia a sus sicarios.

Casi borradas permanecen mis cicatrices en el brazo izquierdo donde me herí con la tapa de la mirilla de la celda de donde fuimos arriados por los custodios en algún momento. La cicatriz de la herida profunda en la rodilla del mismo castigado lado izquierdo, recuerda la despedida de Lecumberri en una noche de limpieza a rodilla entre cubetazos de los custodios, patadas y frases alentadoras de los compañeros. Decidí evitar el desmayo y los quejidos salvo el de inicio de la jornada cuando el criminal bigotón en jefe de los custodios explicó lo que íbamos a hacer bañándome con agua helada de un cubetazo seguido de un golpe en la boca del estómago con el palo de un cepillo. Algún superior dio la instrucción para estos procederes en la víspera de mi excarcelación.

Mientras iba y venia al interrogatorio y al cuarto de tortura amarrado con las manos por detrás y con un capuchón negro en la cabeza, afuera salían desplegados y artículos de denuncia y protesta por mi desaparición. Desde universidades privadas como la Iberoamericana o escuelas como Arquitectura y Filosofía de la UNAM o la de Antropología e Historia hasta consejos universitarios como el de Puebla, se exigía mi presentación y el castigo a los secuestradores. Angélica Arenal encabezó el primer desplegado advirtiendo lo grave de la desaparición de quien estaba encomendado por Siqueiros, previo a su fallecimiento el 6 de enero del mismo 1974, para preservar y difundir su herencia estética. Supe después de las entrevistas con el procurador Pedro Ojeda Paullada y en especial la de mis compañeros del Autogobierno de Arquitectura quienes lo dejaron con la mano extendida cuando salieron de su madriguera. No sé si mi esposa Cristina procedió igual pero sí supe de su entrevista con Muñoz Ledo en su casa, Secretario del Trabajo en ese entonces a cuyo mando dirigí el Departamento de Promociones Sociales. El señor secretario aseguró que todo era un complot para evitar su candidatura presidencial. La compañera diputada priísta Paz Becerril exigió atención en la Secretaría de Gobernación y otros cercanos a sus funcionarios hicieron lo mismo. El Director de Gobierno, Manuel Bartlett no sabía nada. Lo creo porque la recién fundada Brigada Blanca, sobre la base del grupo especial C 047, operó siempre con impunidad absoluta y coordinación con la CIA de la que Luis Echeverría era el agente Limpo IV.

Supe que había convencido al experto interrogador siempre escoltado por dos gorilas tras su escritorio, de que yo era un inocente profesor que colaboraba con sus estudiantes cualquiera que fuera su causa. De todos modos ordenó el secuestro de dos amigos por fortuna liberados luego de pasar por la tortura. Cuando el experto empezó a explicarme la triangulación de los contactos, las leyendas para la vida civil, los disfraces para pasar inadvertidos, supe que la infamante capucha, las golpizas científicas en partes blandas y la constante degradación psicológica antipersonal, terminaban. Un domingo fui encapuchado y amarrado otra vez y con mi certeza de que la desaparición podía ser definitiva, fui conducido por un pasillo a un elegante despacho donde me esperaba recargado en el escritorio y con pants deportivos al gusto de los burgueses en descanso, el mismísimo Nazar con su expresión de hiena y su vidriosa mirada amarilla. Se limitó a decirme: Usted es el profesor Alberto Híjar, respondí que si y con un gesto ordenó mi retiro.

Luego de concentrarnos a los de Monterrey y a mí en la azotea para otra vez obligar la certeza del accidente mortífero, nos bajaron hasta la cochera donde me regresaron mis pobres pertenencias menos el escaso dinero y no faltó agente que se acercara guiñando el ojo a otros para felicitarme por mi inminente liberación y preguntando dónde quería ser dejado. Otra vez hubo que imaginar lo peor para no estar desprevenido. En realidad, nos condujeron a los separos de la Procuraduría General en un costado de La Alameda, calle de Valerio Trujano, amontonados en dos autos grandes. El médico en turno se negó a dar fe de mis magulladuras en el pecho. Aislado en una celda luego de ser fichado, fui sacado y transportado a Lecumberri con mis desconocidos compañeros. Antes pude ver a mi esposa y mi concuño con un escolta de Ojeda. Un bestial ayudante del alcohólico director de Lecumberri nos recibió para amenazarnos. El general director Arcaute y el juez condenador de presos políticos Eduardo Ferrer Mc Gregor, ex agente de la policía política, no tuvieron necesidad de apersonarse con nosotros. Acusado del honroso delito de conspiración y libre bajo fianza pagada por el Lic. Enrique Ortega Arenas quien defendiera a Siqueiros y a decenas de presos políticos, fui conducido con Ojeda arrastrando mi pierna herida para recibir amenaza de muerte, insinuar mi posible conversión en delator, chantajear con la grabación de la confesión escrita por ellos en la casa de tortura y avisar que de reincidir sería reo de traición a la patria (lo cual me volvería héroe, pensé). Ojeda y Nazar, almas gemelas salvo por el gusto de Nazar por la acción directa para cumplirle a sus instructores yanquis a diferencia de la vocación política de Ojeda que lo llevó a la presidencia del PRI y otros cargos públicos. Los dos ahogaban en drogas y alcohol su mala conciencia. Así es la cosa: de la impunidad criminal se pasa al formalismo legaloide y a la ignorada brutalidad penitenciaria.

Miguel Nazar Haro vive en la continuidad de todo esto necesaria a un Estado represivo antidemocrático dirigido ahora por un psicópata que al menor pretexto defiende su accionar militar y policíaco, pese a las denuncias nacionales e internacionales y a los gritos de las víctimas. “Daños colaterales” llaman a esto último los operadores impunes imbuidos por su misión salvífica. Los asesores dispuestos por la Iniciativa Mérida aportan tecnología, enseñan a torturar y amenazar y recomiendan el adiestramiento de la tropa al compás de consignas e himnos guerreros. Desde arriba y hasta el granadero que marcha al ataque de contingentes populares golpeando fuerte el piso con sus botas y golpeando sus escudos con los toletes, hasta los soldados que exhiben sus uniformes de combate con los rostros cubiertos para disparar a discreción en los retenes y allanar casas donde asesinan y maltratan inocentes, está presente Miguel Nazar Haro. Manuel Camacho Solís lo hizo director de seguridad cuando gobernó el DF pero aceptó su renuncia al recibir la noticia de que el FBI lo reclamaba por robo y contrabando de autos de lujo en colusión con el joven Hank Rohn quien todavía no puede entrar a Estados Unidos. Cuando al fin un juez aceptó juzgar a Nazar en Monterrey por la desaparición forzada de Jesús Piedra, a la prisión de Topo Chico donde pasó unas horas y luego al piso del hotel donde permaneció a la espera de la orden de libertad, los empresarios agradecidos lo surtieron de vinos finísimos y comida suculenta. Nazar vive, la lucha sigue. El daño que causó complacido e impune está vivo. No olvidamos, no perdonamos. Nuestros enemigos tampoco.

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