* Imaginario colectivo: La columna de Renata Chapa en El Diario de Chihuahua (7 de marzo de 2010)
Radio Red en cadena nacional, 7:45 de la mañana: “Ayúdeme, Sergio. No soy zapatista. Tampoco tengo vínculos con el crimen organizado”. La voz de la abogada chihuahuense Estela Ángeles Mondragón pide auxilio. Su tono es frágil y, a la vez, está colmado de fuerza. Relata el atentado que semanas atrás sufrió su hija en la cochera de su casa. Cuenta la manera en que su “niña”, como ella le dice tiernamente, conservó la vida ante la rabia de una de ésas calibre 35.
Radio Red en cadena nacional, 7:45 de la mañana: “Ayúdeme, Sergio. No soy zapatista. Tampoco tengo vínculos con el crimen organizado”. La voz de la abogada chihuahuense Estela Ángeles Mondragón pide auxilio. Su tono es frágil y, a la vez, está colmado de fuerza. Relata el atentado que semanas atrás sufrió su hija en la cochera de su casa. Cuenta la manera en que su “niña”, como ella le dice tiernamente, conservó la vida ante la rabia de una de ésas calibre 35.
Menciona que acudió a la autoridad a denunciar los hechos y que dos semanas después, al llegar a su oficina, encontró sin vida a su compañero (como ella lo nombra) Ernesto Rábago Martínez. Otra vez se trató del 35. Dos del mismo calibre.
El periodista Sergio Sarmiento escucha atento y dice tomar nota de todo. Estela, siempre conjugando en tiempo presente, le explica que ella y Ernesto, también litigante, pertenecen a la Asociación Civil sin fines de lucro “Bowerasa” (Haciendo camino) dedicada a defender a las comunidades indígenas de la Sierra Tarahumara. Sarmiento se entera que Estela, apoyada por Ernesto, era la voz legal de los rarámuris del ejido Baqueachi; que luego de años de litigios, el Tribunal Colegiado (primero y segundo) en materia penal y administrativa había determinado que un predio de siete mil hectáreas que estaba en disputa fuera entregado de inmediato a los indígenas y que el grupo de ganaderos de la región de Carichic que ocupaba esas tierras fuera desalojado. “Aquí la peleonera soy yo; la broncosa soy yo. ¿Por qué tuvieron que lastimar a mi hija? ¿Por qué le quitaron la vida a mi compañero? No soy buena para hablar en los medios, Sergio, pero sí ante los tribunales. Estoy muy afectada. En un momento más vamos a la funeraria a despedir a Ernesto. Ayúdeme, por favor”. Sarmiento se comprometió a dar un seguimiento especial al caso. Reiteró que muchas personas en todo México acababan de escuchar el caso. Que seguro fluiría la ayuda.
Funeraria Gayosso, 9:45 de la mañana: Estela y Ernesto están rodeados de familiares y amigos muy cercanos. El grupo no es numeroso. A pesar de la tristeza que reflejan en su gesto, se respira una fortaleza especial. Son los últimos momentos en los que el licenciado Rábago será velado. La menuda figura de su compañera se distingue a su derecha. Las tiras de un morral de manta blanca y roja en forma de una blusa tarahumara le cruzan el pecho. Estela se sigue preguntando en voz alta lo mismo: “¿Por qué a él, si era para mí?”. Llega la hora de salir rumbo a la iglesia. Estela se dirige a Ernesto con palabras en rarámuri y en español. Le expresa admiración, agradecimiento y amor inquebrantables. “Mi hermano, mi compañero de mil peleas. Que Dios ilumine tu camino espiritual”. Mientras tanto, afuera, en la calle Allende, son seis los coches que esperan para caminar detrás de Estela y Ernesto. La mañana era fresca. Blanca. A pesar de que el arranque del día pintó para gris, el sol ganó la batalla. También se sumó al camino rumbo a la iglesia que incluyó tres calles largas. La Abasolo fue una de ellas. Ésa donde se ubican las oficinas el Registro Agrario Nacional.
Iglesia del Perpetuo Socorro, 10:10 de la mañana. Tres compañeros tarahumaras ya acompañan a Ernesto en la puerta de la iglesia. Uno de ellos es Felipe, comisariado ejidal. El párroco de Carichí, Ignacio Becerra, está listo también, al igual que un grupo numeroso de asistentes que se sumaron a la celebración religiosa. Estela sigue al lado de su compañero. Ernesto y su gente cruzan el pasillo de la iglesia donde él hiciera su primera comunión. Al llegar al frente del altar, llama la atención un mensaje que pende de uno de los pilares. Está escrito sobre tela color púrpura: “Éste es mi hijo escogido. Escúchenlo”. El padre Nacho toma el micrófono y pide a Dios que perdone los pecados de los asistentes. Pide “por el corazón de quienes quitaron la vida al hermano Ernesto. Que encuentren arrepentimiento y perdón”. Y vuelve a pedir: “que Jesús tenga compasión de nosotros en la Sierra”. La primera lectura fue del profeta Jeremías, “Bendito el hombre que confía en el Señor”. El canto siguiente lo reiteró, “Dichosos los hombres que confían en el Señor”.
Felipe y Estela celebran toda la misa de pie. Flanquean a Ernesto. Son blancas las margaritas y los crisantemos que se suman a ellos tres.
La segunda lectura fue del Evangelio según San Lucas. Trató sobre el destino del rico y del mendigo ante los ojos de Dios. “Dichosos los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero y perseveran hasta dar fruto”.
El padre Nacho tomó de nuevo el micrófono. “Ernesto quería ser punto de apoyo. Él quería estar con nosotros en la Sierra. Fue nuestro respaldo siempre con lucidez de pensamiento; con un corazón bueno y sincero. Estamos aquí para vivir la Pascua de Ernesto que sabemos que al igual que la Pascua de Jesús también producirá muchos frutos. Nos entristece su partida. Nos debilita. Pero, a la vez, tiene que ser fuerza y esperanza para abrir nuestras vidas. Los compañeros rarámuris no han bajado de la Sierra y venido aquí derrocados ni vencidos, sino preguntando qué sigue. Pidamos por que este acontecimiento no quede impune y que se esclarezca. Que no se vincule con lo que no es. Que obre el Reino de justicia, de la verdad y que nos respetemos. Que la lucha sea por la fraternidad”. El sacerdote, profundamente conmovido, se dirigió de manera personal a Ernesto Rábago, a Estela y a la comunidad indígena representada por Felipe. Reiteró que su corazón se quedaba triste, pero con una fuerte responsabilidad que asumía por completo de frente a ellos: quedarse en la parroquia de Carichí no por la provincia, ni por la diócesis, sino por el pueblo. “Señor, líbranos de todos los males, injusticias e impunidad para seguir caminando como pueblo de Dios. Pidamos por la paz”.
Acompañaron al padre Nacho dos sacerdotes más. Uno de ellos, casi para finalizar la misa, expresó: “La muerte de Ernesto clama vida porque clama perdón. Al cristiano no le interesa la muerte; jamás pensamos en ella; nos preguntamos por la vida y Ernesto nos conduce a trabajar por el reino, por la vida y por el perdón”. El padre Nacho cerró la ceremonia: “Ernesto, ya te vas. Allá te encontrarás con los que también dieron vida por paz y justicia. Te encontrarás con el primero que lo hizo, con Jesucristo. Tristes nos quedamos porque te fuiste así, pero con la alegría y el corazón agradecido por lo que nos regalaste en vida. Pídele a Dios que nos de fuerza. A la comunidad de Baqueachi y a la de Wawacherare. Pide por Estela. Pide por mí también. Por nuestra Parroquia de Carichí. Por esta tu Parroquia del Perpetuo Socorro que fue tu iglesia de niño. Que te vaya bien, hermano”.
Panteón Municipal, 12:05 de la tarde. La brisa es suave. Aún fresca. El sol es indulgente. Un árbol sereno, sencillo, humilde acompaña al licenciado Ernesto Rábago Martínez. Alrededor de él continúan las muestras de afecto y respeto. Tristezas y recuerdos, también. La voz del padre Nacho es clara y fuerte. De ella se valen familiares y amigos de Ernesto para ser fuertes. Así lo hacen Estela y Felipe. Ambos tocan un tambor tarahumara con insistencia. Sus sonidos viajan por el aire. Llegan hasta Chihuahua. Recalan en la imponente Sierra Tarahumara. “Dichosos los que mueren en el Señor. Que descansen de su fatiga, pues sus obras los acompañan”. A continuación, se escuchan las notas de una guitarra acústica. Uno de los sobrinos de Ernesto la toca tranquilamente e interpreta “Coincidir”, mientras los ramos de flores van formando uno solo. Cuando casi todos se han retirado, la madre de Ernesto está a un lado de él. Tiene de frente a Estela. A Felipe. Al padre Nacho. A los compañeros de lucha de su hijo. Toma fuerza y hace camino de viva voz: “Que no sea inútil el dolor de esta madre. Logren lo que él soñó. Aunque yo soy la que más lo necesita, no quiero ser egoísta. Que este dolor se vuelva muchas felicidades. Señor, ayúdalos. Que ellos logren lo que mi hijo siempre quiso. Dales la estafeta. Que tu espíritu siempre esté con nosotros”.
centrosimago@yahoo.com.mx
Dos peticiones:
1. Seguridad y solidaridad para Estela Ángeles Mondragón y su hija.
2. El apoyo para crear una fundación en memoria de Ernesto Rábago
para ayudar con más fuerza a nuestras comunidades indígenas de la Sierra Tarahumara.
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